El triunfo de la racionalidad europea como única forma de conocer el mundo se debe en mucho a la escritura. La escritura fue una creación sumeria que alcanzó gran desarrollo entre egipcios y fenicios, hasta alcanzar la forma actual en la cultura grecolatina. El acceso al conocimiento en los centros de estudio occidental se dio durante siglos solo a través de lo escrito, del libro. Las grandes civilizaciones cultivaron la escritura como forma elevada del espíritu, de hombres especiales e iniciados en las artes del saber. Al extremo que se sostiene que la historia inicia con la escritura (en Sumeria, no en Europa) y que los pueblos ágrafos no tienen historia.
No es casualidad el reconocimiento que la revista National Geographic da a Gutenberg como inventor y revolucionario: “Johannes Gutenberg es reconocido mundialmente como el inventor de la imprenta de tipos móviles, que a mediados del siglo XV transformó la historia de la humanidad al permitir la impresión y difusión masiva de libros y hacer más accesible el conocimiento. Hasta entonces los libros eran copiados a mano por escribas y guardados en monasterios o bibliotecas, lo que limitaba mucho el acceso a ellos. Junto con otros acontecimientos como la llegada de Colón a América o la caída de Constantinopla en manos de los otomanos, este suceso marcó el final de la Edad Media europea.” (https://historia.nationalgeographic.com.es)
Durante siglos, educar fue equivalente a alfabetizar (la escuela nace en Sumeria con la invención de la escritura); aprender a leer y escribir se ha visto como uno de los grandes propósitos y conquistas de la modernidad. Los que no alcanzaban a dominar estas macrocompetencias se mantenían en la barbarie, en lo que Dussel, citando la tradición griega, llama el no-ser.
En las grandes universidades, el lema “publish or perish” (“publicar o perecer”) es un axioma vigente como motivador de superación profesional, incentivo económico y, principalmente, motor de la búsqueda de nuevos conocimientos. Las publicaciones de artículos, libros y registro de patentes son los indicadores preciados en la valoración de la calidad y excelencia académica. Contexto de este aforismo: el profesor que no investiga y publica es considerado inexistente en las universidades norteamericanas y del mundo europeo.
En nuestro ámbito, la Universidad de El Salvador (UES), desde escasas décadas de su fundación en 1841, lanzó la revista La Universidad, como órgano científico sociocultural de la institución. Los intelectuales del país han expuesto sus ideas y trabajo investigativo en sus páginas. Desde mediados del siglo XX, la Universidad se hizo de un equipo avanzado (en esa época) para promover la difusión de la filosofía, la ciencia y la cultura, y el estado de El Salvador, a través del visionario proyecto de la Dirección de Publicaciones e Impresos y la revista Cultura, entre otros, promovió el debate de ideas y el cultivo de artistas, letrados, profesionales e intelectuales en general. La Editorial Universitaria de la UES, en los años sesenta, tuvo su época de mayor esplendor bajo la dirección del gran editor, poeta y ensayista Ítalo López Vallecillos. Durante los setentas, la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) lanzó su proyecto editorial y revistas que lograron posicionarse como referentes en el debate intelectual del país, principalmente hasta antes del magnicidio de 1989. Durante años, las editoriales, imprentas y las librerías privadas florecieron y hasta los noventas gozaron de buena salud económica como negocio lucrativo y rentable.
En los años ochenta, producto de la ocupación militar y cierre de la UES, se da el boom de las universidades privadas, una etapa realmente oscura en la que la cultura impresa y el culto a las letras se enfrenta a la mercantilización de la educación superior, y el célebre lema en la Universidad de Salamanca «quod natura non dat, Salmantica non praestat», en este caso se pasó lamentablemente a “quod natura non dat, pecunia veniat dat.”
En los noventas, en torno a las universidades, se aglutinaban fotocopiadoras, digitadores, empastadores, librerías, distribuidores de enciclopedias, etc. En la casa de los profesionales, los libros seguían siendo un bien preciado y símbolo de estatus e indicador de conocimiento.
Con la explosión de la informática, de la pizarra, carteles a mano y proyector de vistas opacas se pasó a la pirotecnia del PowerPoint, hasta llegar hoy en día a las pizarras inteligentes, avatar que dan la clase y a escribir a base de inteligencia artificial.
Existe un entusiasmo desbordado por las tecnologías de la información aplicadas a la educación superior, que contrasta con las prácticas de la cultura impresa y las competencias, que llevan a pensar en una Universidad víctima de su propio frenesí, midiendo la calidad según las versiones de programas, almacenadores y plataformas. Desde las direcciones académicas es urgente monitorear y evaluar los indicadores de la cultura digital y sus efectos positivos y negativos en la construcción de aprendizajes, conforme a los perfiles de formación que requieren tanto la sociedad, la cultura como el mercado. Dado que su uso indiscriminado y acrítico nos puede llevar a la debacle, como se observa en trabajos, artículos, tesis de grado, aun en maestrías y doctorados.
