Según cuentan, a partir de un reclamo de la profesora Francisca Morrillo, el niño Rafael Trejo lideró una protesta con el objetivo de recuperar una bandera cubana, empleada por un vendedor de dulces como un vulgar pedazo de tela para envolver sus ofertas.
Esa anécdota infantil prueba la intransigencia ante cualquier desagravio a la patria demostrada por «Felo», nacido en San Antonio de los Baños, actual provincia de Artemisa, el 9 de septiembre de 1910.
Su madre, la maestra rural Adela González Díaz, le inculcó la devoción al Apóstol, a Antonio Maceo y a la historia inconclusa, pero trazada, de la independencia. Además, leía a José Ingenieros, promulgador de la Reforma Universitaria, y siguió el ejemplo de Mella.
Entre tanto, su padre, campesino y tabaquero, devino doctor en Derecho, una hazaña si valoramos las dificultades para la superación profesional durante la República para personas de su origen. Vistió la toga guiado por el más estricto sentido del bien.
Su hijo matriculó esa carrera en 1927 y asumió la vicepresidencia de la Federación Estudiantil Universitaria en su Facultad, perteneciente a la Universidad de La Habana. Así le explicó las razones de su elección a Raúl Roa: «Mi ideal es poder defender algún día a los pobres y los perseguidos. (…) También aspiro a ser útil a Cuba. Estoy dispuesto a sacrificarlo todo por verla como quiso Martí».
Participó en el plan de autonomía universitaria, las reformas, la depuración del profesorado y la rehabilitación de los expulsados del Alma Mater por actividades revolucionarias. Tomó parte en reuniones clandestinas, en la elaboración de manifiestos, proclamas y arengas contra el dictador Gerardo Machado.
El 30 de septiembre de 1930, 11 días después de celebrar dos décadas de vida, acaparó los cintillos más trágicos de una fecha conmovedora. Así lo presagió cuando arrancó la hoja de esa jornada en su calendario para llevarla en su sombrero de pajilla.
Intervino en la manifestación estudiantil dirigida al Palacio Presidencial, con el propósito de exigir la renuncia del tirano y motivar una rebelión popular. Pese a sus músculos de remero, el criminal Félix Robaina Crespo lo venció con dos disparos de revólver.
En el Hospital de Emergencias, su compañero herido, Pablo de la Torriente Brau, testimonió con su crónica encumbrada: «Rafael Trejo, tranquilo sobre su cama, me sonrió con afecto, como dándome ánimos para pasar ese momento doloroso». Su sonrisa, ante la cercana muerte, quizá gritara desde el silencio una certeza: «Ya me voy, pero poco importa, continúen la lucha por mí».