Una máscara en la historia de la Psiquiatría – La Prensa Gráfica

Una máscara en la historia de la Psiquiatría - La Prensa Gráfica

En 1972, la convención anual de la Asociación Americana de Psiquiatría (American Psychiatric Association, APA) fue testigo de un evento singular. Un misterioso ponente se presentó usando una máscara, una peluca rizada y un esmoquin de gran tamaño. Al dar su discurso en tan renombrada ponencia, su voz sonaba distorsionada por un micrófono. Su apariencia llamaba poderosamente la atención, sobre todo en un contexto tan profesional como son esas reuniones.
En su discurso, no solo su atuendo y cierta informalidad en tal evento capturaron la atención, sino que sus palabras resonaron y siguen resonando en la actualidad. Aquel profesional, que se hizo llamar Dr. H. Anonymous (Dr. Henry Anonymous), declaró públicamente: “Soy homosexual”. Esa voz fue alzada en el panel llamado “Estilos de vida de homosexuales no pacientes”. Aunque el Dr. Henry tardó más de diez años en revelar públicamente su identidad real, el alcance de aquel discurso cambió para siempre la perspectiva psiquiátrica sobre la diversidad en la comprensión de la sexualidad humana.
Durante su intervención, argumentó el miedo que los profesionales podían enfrentar debido a su sexualidad y la forma incorrecta en que se catalogaban las orientaciones sexuales, volviéndose perjudicial mantener un estilo de vida considerado “anormal”.
El impacto en la sociedad moderna fue evidente cuando la lucha por los derechos de todas las personas, especialmente de colectivos entonces minoritarios, comenzó a expandirse y abrirse en un mundo inhóspito para otras formas de concebir la sexualidad. Formas que no implican necesariamente una condición patológica o enfermedades reales, sino más bien prejuicios y señalamientos infundados desde la cultura, la religión o los propios miedos interiorizados ante las diferencias y la diversidad. Hoy en día, se reconoce al Dr. John E. Fryer como el psiquiatra que abrió esas puertas hacia un camino de derechos y la despatologización de condiciones humanas. Asimismo, la APA sigue otorgando el “Premio Fryer” a las personas que contribuyen a mejorar significativamente la salud de las minorías sexuales.
Aquella frase de apertura no solo cambió la percepción de los estudiosos, sino que también abrió un debate profundo sobre las categorías diagnósticas y cómo utilizarlas en beneficio de las personas, en contraposición a la perspectiva predecesora que generaba precisamente lo contrario, como bien dicta la ética médica. Por ello, posteriormente, la homosexualidad se fue desvaneciendo de los manuales diagnósticos, inicialmente en el DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) y luego en otros. También el término desapareció como una condición aberrante o un trastorno. Este cambio no solo se debió a la pronunciación o exigencias de los derechos fundamentales, sino también a la capacidad de observar la realidad con ojos más críticos y empáticos, y no desde una óptica prejuiciosa y personal. El consorcio, en los años posteriores, estuvo de acuerdo en su mayoría en aceptar todos esos cambios. Y aunque el tiempo avanza lento para las minorías, no significa que no avance, sobre todo desde nuevas perspectivas más humanas y éticas.
Problemas como el riesgo laboral que corrían los profesionales al aceptar su sexualidad, el miedo a no poder ser ellos mismos o simplemente a no vivir vidas auténticas fueron diversos puntos expresados en aquellas palabras, cortas pero poderosas. Un punto de inflexión, un cambio en el paradigma y, sobre todo, una verdad que sobrepasa los límites de la discriminación y el estigma fue todo lo que lograron esas breves alusiones. Sin el Dr. Fryer, no se sabe en qué punto las cosas y las categorías hubiesen cambiado. Sin embargo, algo es cierto: aquella máscara en el podio fue un testimonio poderoso desde el interior de la psiquiatría que cambió la historia, nuestra historia.

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