Esta semana escuché, del líder de la empresa para la que trabajo, una frase que se me quedó grabada: estamos viviendo un evento de extinción masiva en el entorno profesional. Se refería a que el no uso de la tecnología, particularmente la inteligencia artificial, puede ser un evento de extinción profesional para quienes no se adapten.
Como especie, hemos sobrevivido millones de años gracias a nuestra capacidad de evolucionar. Hoy, esa evolución ya no es física, sino digital. Las herramientas están ahí, a la mano, democratizadas. Lo que marca la diferencia no es el acceso, es la decisión de aprender.
La empresa en la que trabajo es líder en transformación digital a nivel regional; todos los días se respira tecnología e innovación. Tengo que reconocer que, antes de llegar ahí, nunca había usado ChatGPT, que recientemente se había lanzado. Meses después de mi llegada, se nos asignó un curso obligatorio para aprender a usarlo profesionalmente. Ahora estoy haciendo otro de LLM (modelo de lenguaje grande, por sus siglas en inglés) y puedo decir que, aunque es un constante aprendizaje, desde mi posición de comunicadora estoy aplicando la inteligencia artificial desde tempranas horas del día, haciendo mi trabajo de manera más estratégica, creativa y retando mis propios límites.
No importa el área en la que estemos, siempre podemos aplicar inteligencia artificial para obtener mejores resultados. Se trata de pensar diferente, de actuar distinto, de cuestionar cómo venimos haciendo las cosas. Y eso, por supuesto, empieza por el ejemplo. Un líder que no está dispuesto a explorar nuevas formas de comunicar o trabajar con tecnología difícilmente podrá guiar a otros hacia el cambio.
Sin embargo, si nuestro líder no nos impulsa, no es excusa para estancarse. La actualización no debe ser solo una política empresarial; tiene que ser una responsabilidad individual, casi un acto de supervivencia.
Casi la mitad de lo que hoy hacemos, diremos o sabremos quedará obsoleto muy pronto. El Foro Económico Mundial estima que el 44 % de las habilidades laborales cambiarán en los próximos cinco años, y entre las habilidades que más crecerán en demanda están el pensamiento analítico, la creatividad, el aprendizaje activo y —por supuesto— la familiaridad con herramientas tecnológicas.
Ya estamos viendo los efectos: puestos que desaparecen, áreas que se automatizan, empresas que reestructuran sus equipos porque la tecnología puede hacer más con menos. No es que la inteligencia artificial venga a reemplazarnos; viene a reemplazar a quienes no sepan cómo usarla y a potenciar a los que sí.
Así como en su momento todos corrimos a aprender Word o Excel para no quedarnos atrás, hoy el aprendizaje tiene otro nombre y otro ritmo, mucho más rápido.
El uso de la inteligencia artificial es la nueva ventaja competitiva profesional, y aquí es donde quería llegar. En columnas anteriores he hablado de la importancia de la marca personal, de generar percepciones sobre nosotros como “producto”; entonces piense en que con el uso de la tecnología su valor como producto mejora, se posiciona mejor en el mercado, se diferencia del resto y puede acceder a mejores oportunidades profesionales. Eso es lo que todas las empresas buscan ahora: equipos de alto nivel que lleguen a generar valor, a enseñar, no a preguntar cómo usar las herramientas digitales que fueron novedad hace un par de años.
En este nuevo ecosistema profesional, no va a sobrevivir solo quien más experiencia tenga, sino el que se atreva a evolucionar. Es, literalmente, una cuestión de supervivencia profesional.