Infancia en crisis: cómo la tecnología reemplazó bicicletas, juegos en los árboles y amigos de carne y hueso

Infancia en crisis: cómo la tecnología reemplazó bicicletas, juegos en los árboles y amigos de carne y hueso

La infancia es, sin lugar a duda, el periodo más sensible en la vida de todo ser humano. En esta se forjan a fuego lento las herramientas que un individuo va a requerir para enfrentar con éxito las múltiples situaciones que ocurrirán el resto de su vida. La infancia es preparación, es crecimiento, es la base sobre la cual se construyen los valores esenciales y donde se conocen el amor, la ternura, el miedo, el dolor y todos los sentimientos que irán madurando poco a poco, a lo largo de los años.

Es por esto que miro con preocupación la forma en que la infancia se ha ido corrompiendo con el paso de las generaciones: hoy existen tantos factores que se comportan como enemigos siniestros de nuestros niños; niños que crecen a la sombra de la desidia de sus padres quienes, adictos a las redes sociales y a la tecnología, pasan más tiempo mirando el celular que educando a sus hijos.

La infancia se mira ahora en términos de “cuánto tiempo deben mirar pantallas los niños”, “a qué edad se puede entregar un celular a un niño”, o “a partir de qué edad pueden tener acceso a las redes sociales y crear su propio contenido”. Esta visión distorsionada está transformando la experiencia infantil, pues se prioriza la tecnología sobre el desarrollo natural y saludable de nuestros hijos.

Los niños han perdido su capacidad lúdica porque son entregados por sus progenitores a la tecnología. Cada niño que vemos hipnotizado frente a un celular o una tableta digital, es un niño que no está jugando al aire libre, compartiendo con sus amigos (los de verdad, de carne y hueso, y no los digitales); es un niño que no sabe andar en bicicleta, que no se ha subido a un árbol ni se ha raspado una rodilla.

Esto es particularmente grave en una sociedad donde la obesidad infantil y la diabetes (tipos I y II) se ha incrementado en los últimos años entre una población cada vez más sedentaria. Estamos viendo las consecuencias en términos de déficits en las habilidades sociales, la dificultad para establecer relaciones y el consecuente aislamiento social.

La crianza correcta de un niño es un proceso para guiar y apoyar su desarrollo a fin de que se convierta en una persona íntegra, autónoma y feliz, capaz de resolver las dificultades diarias con optimismo y valentía, en lugar de fracasar sin saber cómo enfrentar la frustración.

Cada día me sorprende más cómo se van perdiendo los valores, los modales y el respeto mismo hacia los padres, maestros y adultos en general, por parte de esos niños que no han tenido una interacción afectuosa y amorosa con sus padres o abuelitos.

Muchos papás, hoy en día, no saben cómo establecer límites de conducta a sus hijos. Delegan esta función a los chats, a las redes sociales, a los pediatras, psicólogos o maestras.

Aprender a decir “por favor” o “gracias” no le corresponde a la escuela o a Facebook; son los padres quienes están llamados a enseñar a sus hijos estas y otras normas de conducta familiar y social para saber cómo conducirse en la vida.

La clave está en establecer un ambiente de respeto, comunicación y normas claras para sentar las bases de las relaciones familiares saludables y para el bienestar del niño. A menudo, los padres confunden el establecer límites a sus hijos, con agredirlos o pegarles “para que aprendan”, cuando en realidad es todo lo contrario: la violencia genera más violencia, y eso es lo que estamos viviendo con algunos adolescentes y adultos jóvenes que parecieran verdaderos incompetentes emocionales, que han creído que sus carencias y frustraciones se van a subsanar formando parte de un grupo delictivo para traficar drogas o cometer otros actos ilícitos. Los niños que tienen un desarrollo saludable son aquellos que crecen con seguridad emocional y capacidad para autorregularse.

Como sociedad, les estamos fallando a nuestros niños. Los hemos engañado y privado de la realidad mientras los bombardeamos con imágenes, videos y juegos electrónicos con realidades virtuales. Les hemos hecho creer precisamente que esa realidad virtual es la real, la que van a enfrentar cuando sean grandes.

En varios países de África y Oriente medio se recluta a los niños en el ejército y se les enseña (adoctrina) cómo armar y desarmar un fusil y cómo matar al enemigo. Miles de menores son reclutados forzosamente para participar en conflictos armados; pierden así su infancia y sufren traumas severos.

Les estamos enseñando a los niños que la guerra es inevitable y que es factible crecer sin la compañía de unos padres responsables y amorosos. De hecho, innumerables niños crecen sin el cuidado parental adecuado.

También les hemos fallado a nuestros niños al no poder ofrecerles una educación escolar de calidad, entregada por maestros altamente comprometidos y con una vocación sólida. Una educación deficiente no solo afecta el desarrollo cognitivo de los niños, sino que perpetúa ciclos de pobreza y desigualdad social, lo cual limita sus oportunidades futuras.

No creo que la solución a toda esta problemática sea necesariamente difícil. Podríamos empezar por enseñar a padres e hijos a reconectar, a priorizar el tiempo de calidad. Establecer límites saludables y normas claras sobre el uso de la tecnología, incluyendo el acceso a la inteligencia artificial (IA).

Es imperativo fomentar el juego natural, promover actividades al aire libre y crear oportunidades para una socialización real. Es necesario reformar la educación de calidad centrada en valores y trabajar como comunidad para proteger la infancia de todos los niños.

artusol@gmail.com

Arturo Solís Moya es médico pediatra.

Fuentes

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