Revuelvo la mirada y a veces siento espanto

Revuelvo la mirada y a veces siento espanto

Es el verso del inmortal poema Patria de Ricardo Miró, y resuena hoy, más de cien años después, como el “mar en la pequeña celda del caracol”. Pero este resonar —muy distinto al sentimiento de lejanía del que hablaba Miró— se experimenta, irónicamente, en una cercanía de la misma patria que hoy se nos aleja, casi secuestrada por quienes deberían gobernar con rumbo firme y digno.

Revuelvo la mirada hacia aquellos libros de historia que narraban los tiempos en que Panamá no era soberana, cuando un ejército extranjero custodiaba lo que siempre fue nuestro: el Canal. Y siento espanto al ver cómo, bajo la presión de un presidente norteamericano experto en mentir, los gobernantes de mi “patria tan pequeña” ceden su dignidad y soberanía, maquilladas bajo las sombras de memorandos de entendimiento.

Revuelvo la mirada hacia aquellos jóvenes institutores que marcharon por las calles aledañas a la Zona del Canal, reclamando con gritos de soberanía, gritos que fueron apagados con balas y ahogados en sangre. Sangre que los convirtió en mártires de la patria “tendida sobre un Istmo”. Y siento espanto de que esos mártires, que ofrendaron sus vidas para recuperar nuestro territorio, hoy no reciban valor ni honra, por culpa de oscuros acuerdos y de una diplomacia de baja estatura.

Siento espanto de que el celo por la soberanía se pierda, de que la llama del civismo —incendiada por verdaderos líderes patrios— se apague por un vacío en la educación de niños y jóvenes. Una educación que hoy se debilita con huelgas que debieron resolverse mediante verdaderos diálogos y acuerdos, como se hizo —irónicamente— con el país norteamericano. Pareciera que la educación ha dejado de ser un pilar en los últimos gobiernos, y que lentamente están acabando con la historia y, con ella, el amor a la patria.

Revuelvo la mirada hacia las historias que me contaban mis padres sobre la dictadura de Noriega: tiempos en que un solo hombre, guiado por la ambición y la arrogancia, frenó el desarrollo del país. Se hacía lo que él mandaba, se callaban las voces críticas, se censuraban los medios y se reprimía al pueblo. Y siento espanto de ver cómo aquellos tiempos parecen volver con un gobierno que silencia a la oposición bajo el argumento de la “justicia”. Siento espanto de que, amparados por una democracia débil, se imponga una nueva ley de seguridad social que ha generado insatisfacción en muchos sectores del país. Una ley que no escucha el legítimo clamor del pueblo, mientras el letargo económico afecta a todos los panameños, tanto a pequeños productores como a empresarios.

Revuelvo la mirada al vetusto Puerto Armuelles, “querido y lejano”, aquel pueblo bananero desaparecido por malas decisiones de gobiernos que desperdiciaron sus tierras y su puerto. Y siento espanto por Bocas del Toro, también bananero, hoy golpeado por la incapacidad del gobierno de dialogar, buscar soluciones y proteger a la empresa que lideraba la industria. Una empresa que decidió abandonar el país. ¿Pero qué empresa va a querer invertir en una nación donde, en lugar de buscar caminos de paz, se reprime al pueblo con cantidades exorbitantes de bombas lacrimógenas y balas de goma, incrementando únicamente el resentimiento social y profundizando la incertidumbre nacional?

“Revuelvo la mirada y a veces siento espanto cuando no veo el camino que a ti me ha de tornar”, dice el estribillo de Patria. Y ese verso se convierte hoy no solo en poema, sino en paradigma. Es urgente reencontrar el camino del diálogo y de la paz, para hallar la verdad y, desde ella, construir soluciones reales a las necesidades de todos los panameños. Solo así podremos disfrutar de esta grandiosa “patria tan pequeña”.

El autor es trabajador independiente.


Fuentes

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