Revelaciones de una cartuja eterna

Revelaciones de una cartuja eterna

Una de las portadas de la novela. Foto: Portada del libro

¿Cómo escoger el libro para llevarse a las vacaciones? La decisión resulta trascendental para una persona lectora. Es muy triste darse cuenta después de que lo elegido no nos atrapa. Dos caminos son seguros: apostar por repetir una historia ya leída, o llevarse un dispositivo electrónico con varias opciones; pero descubrir un relato nuevo, a la orilla del mar, mientras se pasan las páginas de papel, bien vale el riesgo.

Hay que guiarse entonces por las recomendaciones. Italo Calvino me dio la más contundente para decidirme por La cartuja de Parma, que calificó como «la más bella novela del mundo». En la contraportada del volumen –Editorial Arte y Literatura, 2024, publicado como parte de la colección Biblioteca del Pueblo– se lee otra afirmación, esta vez de Balzac: «expresa la perfección y la madurez de un escritor». Además, una amiga me recordó que la doctora María Dolores Ortiz la había mencionado como la novela que, de entre todas, salvaría del desastre.

El libro correcto define la etapa en que se le lee, y los clásicos del siglo XIX poseen una magia imposible de menospreciar. Por eso no podré recordar jamás esas recientes vacaciones sin volver a las tribulaciones de Fabricio del Dongo, cuya inocencia contrasta, a menudo con gracia, y otras veces de forma amarga, con la crudeza de sus circunstancias, definidas por la mediocridad, la ambición y los celos de quienes lo rodean.

La cartuja…, novela escrita en 1838 por Stendhal –Henry Beyle (1783–1842)– dialoga con grandes libros que nacieron antes, como El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Cervantes; y otros que nacieron luego, al amparo de su influjo, entre ellos La guerra y la paz, de Tolstói.

En las postrimerías del dominio de Napoléon en Europa, Fabricio es un joven acomodado, al que asfixia su realidad sin nada transformador que hacer. Él quiere luchar, trascender, sin saber muy bien por qué; pero cada experiencia lo deja más perdido que antes, así como cada escarceo amoroso.

Sus cualidades naturales, físicas y morales lo lanzan de lleno a un torbellino de pasiones. Personajes tremendos, como su tía, la duquesa Sanseverina, o el conde Mosca, hacen de las más de 500 páginas una experiencia absorbente.

Y es el amor, el verdadero (que no tiene la mira en la conveniencia), el que termina por transformar al héroe y darle un horizonte:

«Sentía vivamente que la vida sin el amor de Clelia no podía ser para él más que una serie de dolores amargos y de insoportable tedio. Le pareció que ya no valía la pena vivir para recuperar aquellas mismas alegrías que tan interesantes le parecían antes de haber conocido el amor, y aunque el suicidio no estaba todavía de moda en Italia, había pensado en él como en un recurso si el destino le separaba de Clelia».

¿Exagerado, poco verosímil? No importa, Stendhal logra, en el dueto Fabricio–Clelia, una pareja inolvidable. El final es uno de esos que hacen volver la página atrás y releer para entender cómo pudo ser. Solo entonces se descubre por qué la novela tiene tal título y por qué quien la ha leído no la olvida.

Fuentes

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