Cervantes hizo bien al otorgarle total lucidez a don Quijote en la parte final de su trascendental obra, después de tantas aventuras vividas por este personaje. Así, ante su escudero, el ingenioso hidalgo sustenta en su lecho de muerte algunos de los más preciados atributos de la condición humana: la lealtad a los ideales, la fidelidad al amigo, y la gratitud y el amor hacia los seres queridos. Solo el hombre y su conciencia, en ese inexorable instante de confesión introspectiva, para llegar a lo ignoto, aligerado de culpas o reproches.
Sin duda, con la partida del Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia, hace ya 17 años, la patria perdió a uno de sus mejores hijos. Nos consuela saber que su legado de hombre bueno y ciudadano ejemplar aún prevalece como ejemplo invaluable en la memoria de todos los que tuvimos el privilegio y el honor de conocerlo y disfrutar de su amistad.
Independientemente de los muchos otros atributos que adornaron su existencia, el Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia fue un extraordinario orador y, ante todo, un notable humanista. Poseedor de una vocación social inquebrantable, dedicó su vida —y su verbo exquisito, tanto en los foros como en las plazas— a luchar con estoicismo, sin más protección que la coraza incuestionable de su moralidad. Cual Quijote moderno, se enfrentó a los molinos de viento cuyas aspas de injusticia, corrupción e ignominia aún siguen agitándose en detrimento de la nación panameña. Recuerdo, por ejemplo, aquellos tiempos no tan lejanos de la Cruzada Civilista, cuando el clamor popular hizo erupción en nuestro país contra Noriega y su cúpula de poder civil y militar. El Dr. Zúñiga fue quien propuso la genial idea de los pañuelos blancos como símbolo de paz y solidaridad entre los panameños.
Al finalizar este escrito de evocación, viene a mi memoria otro memorable pasaje de la vida del doctor Zúñiga, impregnado del profundo sentido de dignidad y humanismo que lo caracterizó. Fue el momento de su detención y cautiverio, precisamente a manos de los militares en diciembre de 1968, por orden de Torrijos. Al respecto, en una conversación de sobremesa, en la terraza de su casa de Boquete, sosteniendo una humeante taza de café en la mano y con un inmejorable estilo poético, parodiando a Neruda, se animó a compartirnos lo siguiente:
—Aquella distante Navidad y Año Nuevo de 1968 los pasé recluido en una minúscula celda, acompañado por dos grandes y golosos ratones, en el último piso de la Cárcel Modelo. La brisa de la Modelo me llevaba a mi pueblo. Volví a sentir el aire que bajaba de la montaña del norte penonomeño. Al tornarse más rico y frío el viento con las primeras horas de la madrugada, mi aposento se trasladó a Boquete. Viento fuerte, trepidante… así es el viento del diciembre boqueteño.
Sin duda, ante la agobiante crisis de valores que aqueja a nuestra sociedad en general, conviene hacer un alto en el camino para repasar el legado de quienes, como el Dr. Zúñiga, han partido abrigando siempre en su corazón la esperanza de que los panameños nos animemos a hacer bien nuestra parte. Por mi cuenta agregaría que la Asamblea Nacional de Diputados sería un buen lugar para empezar a hacerlo, pues buena falta le hace.
El autor es escritor y pintor.