La comunidad internacional observa, con preocupación y frustración, cómo se ensaya una guerra que pudiera ser la última, por cuanto se puede usar hasta el arma nuclear por parte de Israel, país que desde su constitución, luego de la Segunda Guerra Mundial, ha fomentado una filosofía y una política totalmente excluyentes respecto a los palestinos, y también contra la República Islámica de Irán.
Las imágenes de cohetes cayendo sobre Teherán auguran la subida de las tensiones hasta un final incierto y, este domingo, el Gobierno de Irán denunció ante el mundo la implicación de Estados Unidos en apoyo a la guerra que hace Tel Aviv contra su país.
Un día antes, el presidente Trump, preguntado por la cnn sobre las muertes causadas por la metralla israelí, respondió en forma de mofa: «No murieron de gripe ni por covid».
Por su parte, Benjamín Netanyahu, máximo responsable, junto a Trump, de lo que está pasando, se siente seguro y satisfecho, más cuando conoció el mensaje de su amo, quien, a través de sus redes sociales, dirigiéndose a Irán, aseguró que «Estados Unidos tiene las mejores armas del mundo», y que «Israel las recibe, sabe manejarlas, y las continuará recibiendo».
Esta complicidad entre los gobiernos de Washington y Tel Aviv se ha propuesto llevar al mundo a la hecatombe, y tiene su máxima expresión en el genocidio que cometen contra los palestinos en Gaza.
La historia nos conduce a los acontecimientos posteriores al triunfo de la Revolución Islámica de Irán, en 1979, cuando se emprendieron planes para acabar con aquel movimiento social islámico que había llegado al poder y que, por supuesto, era contrario al régimen israelí y a su máximo financista y suministrador de armas, Estados Unidos.
Fue entonces cuando la bandera del desarrollo nuclear iraní se enarboló como excusa, contra las autoridades y el pueblo persa. Israel ha usado esa histeria para exigir su desarme e, incluso, para cuestionar su reconocimiento como nación independiente.
La escalada bélica de hoy forma parte de un proyecto para forzar una guerra regional que involucre aún más a Estados Unidos, como principal aliado del sionismo. Uno de los resultados al respecto fue la suspensión del diálogo bilateral Irán-Estados Unidos sobre desarrollo nuclear, previsto para este domingo en Omán.
Israel, Estados Unidos y parte de Europa han usado el llamado «tema nuclear iraní» como base para las presiones que han llevado al clima actual en la zona; sin embargo, nunca se ha conocido una condena, por tenue que sea, al desarrollo nuclear de Israel.
Muchas preguntas podrían hacerse; por ejemplo, sobre quién entrega, asesora y contribuye a que Tel Aviv tenga ese tipo de armamento. Si al Organismo Internacional de Energía Atómica no se le permite siquiera visitar Israel, conocer la planta nuclear, ni chequear dónde se guardan las más de cien ojivas, ¿cómo creer que haya alguien o algún organismo capaz de atar las manos a quienes, desde Washington o Tel Aviv, pueden apretar el botón que acabe con la vida en nuestro planeta?