La única militancia que cabe en el periodismo independiente es por el respeto a los derechos humanos y a las garantías individuales, entre ellas la de libertad de expresión y prensa.
Es que, de suyo, el periodismo ético y responsable es un instrumento de cambio social que protege y promueve los derechos humanos al informar, denunciar y empoderar a la ciudadanía. Los medios exponen abusos de autoridad, corrupción o violaciones de derechos, asegurando que gobiernos y círculos de poder respeten las libertades fundamentales; en ese mismo acto, amplifican las historias de grupos marginados, víctimas de injusticias o minorías, visibilizando sus luchas y promoviendo la igualdad. En la continuación de ese círculo virtuoso, al informar sobre derechos humanos, los medios educan a la sociedad, fomentando empatía y acción colectiva para protegerlos, amén de que la cobertura periodística puede disuadir violaciones al exponerlas públicamente, ejerciendo presión sobre los responsables.
Al periodismo decente, la adhesión a esos principios le cuesta regularmente persecución de parte de los gobiernos, presiones de algunos poderes fácticos, además de amenazas de parte de grupos criminales alrededor del mundo. Es una constante de la profesión, agravada en los últimos años por una ola populista que siembra liderazgos con pretensiones autócratas. En sistemas de gobierno en los que una sola persona o un pequeño grupo concentra el poder político de manera casi absoluta, las decisiones se toman sin rendición de cuentas democrática, y para conseguirlo, a los déspotas les es menester debilitar, proscribir o incluso clausurar medios de comunicación. Nicaragua y Venezuela son dolorosos ejemplos de cómo los populistas pueden pasar de las amenazas a los hechos si la sociedad no es consciente de lo que pierde al no defender al periodismo independiente.
Una de las líneas favoritas de ataque contra el periodismo de parte de esos proyectos es acusarlo de opositor, como si formara parte de la contienda político-electoral, como si estuviera financiado por los mismos grupos económicos que participan de la política a través de ciertos movimientos, como si su tarea fuera darle volumen a aquellas ideas que compiten contra el oficialismo o el régimen de turno. Al insultar de ese modo a los periodistas, editores y empresarios de la industria periodística, acusándolos de ser propagandistas de la disidencia o de los adversarios del gobierno, se pretende obviar el servicio que los medios informativos brindan a la sociedad y justificar la operación del aparato de propaganda habitual de los populistas.
Un periódico como LA PRENSA GRÁFICA no alcanzó 110 años de servicio a El Salvador gracias al poder político, sino a pesar del poder político, vadeando la marea de cada coyuntura con menos apasionamiento del que se le exigía en algunos casos, con la perspectiva necesaria pese a los apetitos destructivos del ambiente en otros casos, subrayando las divergencias y convergencias de la nación. Cuando la crispación o la violencia conmovieron al país hasta hacerlo olvidar quién era, este medio de comunicación se aferró a su vocación humanista, democrática y republicana, so riesgo de perder el norte y sumarse al concierto de las ansiedades, prejuicios o desesperanzas. Un periódico de la oposición duraría menos que un periódico del gobierno, como el tiempo lo demostrará. Cumplir once décadas sólo es posible cuando se es el periódico de todo un país.
