La hermandad es… ¡un privilegio de vida!

La hermandad es… ¡un privilegio de vida!

La hermandad —dicho en inglés Band of Brothers— es un privilegio de vida. Normalmente, las hermandades se forman cuando se comparte una lucha que constituye un peligro de vida… pero hay otras también.

Yo he tenido la fortuna de haber experimentado varias hermandades, producto de una ya larga vida dedicada a luchas de principios fundamentales. Por ejemplo, las luchas de nuestras empresas Eisenmann, en las que todos los asociados (no “empleados”) sufrimos la quema —a plena luz del día— de la Mansión Danté en Calle 50… y el ataque del ladrón más grande de nuestra historia y su secuaz (Cucalón), al tildarme como “el Evasor”. Hizo de nosotros una hermandad que continúa día a día, a pesar de estar todos jubilados.

Otra gran hermandad fue aquella que formamos los exiliados de enero de 1976, a pesar de nuestras diferencias de criterios. Ya solo quedamos tres vivos, pero fue una maravillosa hermandad. De esa hermandad, hubo varios que participamos en la creación de La Prensa, el medio libre de Panamá… y todos los ataques y carcelazos sufridos. Fue, y sigue siendo, un sentir especialísimo. Quizás el símbolo más dramático fue mi sincera hermandad con Herasto Reyes, de ideología radicalmente opuesta a la mía —pero ante las amenazas contra la libertad de la ciudadanía, éramos uno. Con él, y con todos los demás, devolvimos la libertad de expresión y de opinión a nuestra república… a riesgo de vida diaria.

Hoy quiero dedicar este artículo a otra y singular hermandad que ha sido, y sigue siendo para Maruja y para mí, un importantísimo pedazo de nuestras vidas. Me refiero a la hermandad de “los Wharton”, prestigiosa escuela de negocios de la Universidad de Pennsylvania. Ocurrió en los años 50. Allí fuimos a estudiar muchachos de tres países distintos que no nos conocíamos previo a la llegada a la universidad, pero por casualidad del destino llegamos a compartir habitaciones… y luego apartamentos.

Éramos Carlos Eduardo Hellmund, de Caracas, Venezuela; Alberto Galofre, de Bogotá, Colombia; Alfredo Carvajal, de Cali, Colombia; y yo, de Panamá. (También estaban Rodolfo Jiménez, de Costa Rica —desde hace años muy enfermo—, y Federico Blohm, de Venezuela, quien murió cuando enfrentó a un ladrón dentro de su casa en Caracas).

A pesar de que yo solo estuve media carrera universitaria, los primeros cuatro seguimos nuestra amistad… y lo más excepcional fue que los cuatro nos casamos con mujeres que, aunque no se conocían entre sí, fueron la razón por la cual la hermandad continuó hasta estos días. Todos fuimos exitosos e hicimos interesantísimos viajes juntos a lugares maravillosos alrededor del mundo… en los que hacíamos aprendizajes y manteníamos conversas serias e interesantes sobre cómo mejorar a nuestros países. En estos viajes de la hermandad, todos éramos uno.

Tristemente, perdimos a una: a Ángela de Galofre. Después de un largo tiempo, Alberto introdujo al grupo a María Inés, una viuda amiga de su desaparecida Ángela, quien, en forma natural, se sumó a la hermandad como si hubiera estado siempre con nosotros.

Ya todos estamos en nuestros 80 largos, y si no nos vemos al menos una vez al mes, nos mantenemos —junto a nuestras respectivas compañeras— conectados por Zoom.

Durante los años de esta larga hermandad, todos hemos pasado por grandes crisis en nuestros países. Venezuela, ni se diga… Colombia, períodos durísimos con bandazos ideológicos… y nosotros, en Panamá: la dictadura de Torrijos, la narcodictadura de Noriega, exilios, invasión… ¡y para qué seguir! Sin embargo, en todas las crisis en nuestros países, la hermandad increíble de “los Wharton”, este extraordinario grupo que ya cumple más de medio siglo, ha estado siempre presente y ha sido un tremendo punto de apoyo y gran privilegio de vida para Maruja y para mí.

Por esta vía les enviamos a todos y todas de ellos un apretado, prolongado y sentido abrazo.

El autor es fundador de La Prensa.


Fuentes

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