En el año 538 a. C., tras la caída del Primer Templo de Jerusalén y el exilio en Babilonia, fue Ciro el Grande, fundador del Imperio Aqueménida, quien permitió a los judíos regresar a su tierra. Les dio libertad, recursos y protección. Isaías lo llamó “ungido del Señor”, y el libro de Esdras lo menciona junto a Darío y Artajerjes como los reyes que autorizaron la reconstrucción del Templo. Fue un gesto de redención.
Crónicas, Isaías, Daniel, Nehemías y Ester dan testimonio de que, en Persia, los judíos no solo sobrevivieron, sino que florecieron. La historia de Ester y Mardoqueo, ambientada en Susa, sigue resonando como símbolo de una amistad que fue real. Purim, celebrada cada marzo, vuelve inevitablemente a la memoria en estos días de conflicto.
Judíos y persas han sido amigos, vecinos y aliados, no desde tiempos míticos, sino desde tiempos reales: Nabucodonosor II deportó a buena parte del pueblo judío a Babilonia. Pasarían 48 años hasta que Ciro el Grande conquistó el Imperio Neobabilónico y restauró la esperanza, proclamando la libertad religiosa, permitiendo el retorno de los judíos a Jerusalén y financiando la reconstrucción del Templo. Esta obra sería completada por Darío I, y más adelante su hijo (a quien muchos identifican como Asuero, el esposo de Ester en la Biblia) continuaría la política de protección imperial.
Después de esto, muchos judíos regresaron a Jerusalén, donde el sacerdote Esdras y el gobernador Nehemías, enviados por Artajerjes, empezarían a reconstituir las bases del judaísmo. Sin embargo, muchos otros decidieron quedarse en Persia. Y bajo la protección aqueménida, su cultura floreció.
A pesar de la Revolución Islámica de 1979 y la emigración masiva que provocó, Irán continúa albergando entre 9,000 y 15,000 judíos (la comunidad más grande de todo el mundo islámico). En Teherán aún hay sinagogas activas, carnicerías kosher, colegios judíos, una biblioteca y un periódico. El Parlamento reserva un escaño para un representante judío. Prácticas como la religión o la educación no están prohibidas, pero (como ocurre con todas las minorías no musulmanas) los derechos políticos están limitados: no pueden acceder a cargos públicos de alto rango, ni comandar tropas en el ejército, ni servir como jueces. Incluso el testimonio de un judío en un tribunal tiene un peso legal distinto al de un musulmán.
Aun así, muchos eligen seguir viviendo en Irán, precisamente porque no se sienten extranjeros (¡y es que no lo son!). Su identidad está tejida con un hilo de más de veintisiete siglos de historia. Son judíos, sí, pero también son persas. Hoy, la mayoría de los integrantes de esta comunidad viven en Israel, California y Canadá. Pero sin importar dónde se encuentre su diáspora, Irán sigue siendo parte de su identidad.
Hoy, en junio de 2025, hace falta recordar esta historia. Claro, no todo ha sido armonía y color de rosa. También han existido (y siguen existiendo) muchos Hamánes; pero esto no borra el hecho de que también han existido (y siguen existiendo) incontables Ciros, Darios y Artajerjes; buenos vecinos, justos y razonables.
Tal vez aquí está la solución: entender que no existen los “enemigos naturales”. A pesar de los titulares, de los videos virales en redes sociales o de los comentarios impregnados de ignorancia y odio, es necesario recordar que jamás han existido las enemistades eternas, precisamente debido a que la historia humana es, sobre todo, una historia de mutua dependencia.
Desde El Salvador, me atrevo a escribir estas palabras con esperanza. Tengo amigos muy queridos, y a quienes aprecio profundamente, viviendo en Tel Aviv y en Teherán, en Shiraz y en Jerusalén. Muchas veces, la concordia brota con las remembranzas.
Paz para Israel e Irán. Memoria para todos
