El 16 de diciembre de 1974 abría sus puertas el Hospital Rafael Hernández de David. Con orgullo puedo decir que fui uno de sus fundadores y que, desde aquel primer día —con los pasillos aún oliendo a pintura fresca— sentí que ese lugar se convertiría en mi hogar profesional durante cinco décadas. Hoy, ya jubilado, escribo estas líneas impulsado por el silencio institucional frente a una fecha que merece ser recordada: el 50° aniversario del hospital fue ignorado por la Dirección General de la CSS.
No puedo callar esta omisión. Honrar honra, y celebrar la historia de este hospital es también reconocer el trabajo y la visión de quienes lo hicieron posible. Menciono con gratitud a colegas como el Dr. Jorge Abadía Arias, artífice del proyecto desde la Dirección General; al Dr. Franklin Anguizola, al Dr. Emilio De León y al licenciado José R. Mulino (padre). A todos ellos, y al extraordinario equipo médico y de enfermería que nos acompañó, los recuerdo con profundo respeto.
El Hospital Rafael Hernández nació en un contexto difícil para Chiriquí, con serias limitaciones en el acceso a la salud. Aquel proyecto era ambicioso: unir ciencia y humanidad en un centro regional de excelencia. Lo logramos, y durante años mantuvimos una mística de trabajo basada en la solidaridad, la ética y el servicio público. “El funcionario de salud que no vive para servir, no sirve para vivir”, decíamos. Era una convicción, no un eslogan.
Hoy lamento que esa actitud esté en retroceso. Hemos crecido en infraestructura —con nuevas torres y más personal—, pero el sistema de salud en su conjunto atraviesa una crisis profunda, con síntomas de deshumanización, ineficiencia y falta de dirección clara. Lo dijo un exministro de Estado: estamos ante un sistema gravemente enfermo y sin diagnóstico situacional actualizado. A esto se suma la desconexión de los niveles centrales con la realidad diaria de los hospitales. No es un asunto partidista: es una preocupación ciudadana que debe abordarse con humildad y rigor.
Por eso, propongo —con respeto y sentido institucional— que se convoque un equipo técnico independiente para hacer un diagnóstico serio de nuestro sistema de salud. Solo con datos reales, escuchando a quienes están en el terreno, podremos corregir el rumbo. Lo contrario es seguir maquillando problemas estructurales y alimentar la frustración de los usuarios y del personal de salud.
Al presidente José Raúl Mulino le expreso que servir no es debilidad: es deber de Estado. Recuperar la vocación humanista en salud requiere liderazgo, empatía y decisiones valientes. Panamá no puede seguir atrapado entre clientelismos, improvisación y abandono institucional. Hay miles de profesionales en todo el país —médicos, enfermeras, técnicos— que aún creen en ese espíritu de servicio. No los dejemos solos.
Con estas palabras rindo homenaje al Hospital Rafael Hernández, a su historia y a su gente. Felicito a su actual equipo, que continúa esa noble misión en medio de dificultades. Ojalá que el 50° aniversario no sea recordado por su silencio institucional, sino por convertirse en un punto de inflexión para renovar la esperanza y la dignidad del sistema de salud panameño.
La vida es única. Vivámosla sirviendo y ayudándonos unos a otros.
El autor es fundador fundador del Hospital Rafael Hernández y médico jubilado de la Caja de Seguro Social.