No pudo ser. Venezuela se queda fuera del Mundial una vez más: todas desde que comenzó su farragoso tránsito por las eliminatorias hace sesenta años. La paradoja, de acuerdo con los conocedores concienzudos del balompié nacional, es que nunca hubo tanta cantidad de talento reunido en la Vinotinto. Sin embargo, el resultado fue tristemente el mismo, se estuvo muy cerca de esa posibilidad del repechaje pero Colombia se hinchó de goles en Maturín.
De 54 puntos en disputa, la Vinotinto solo sacó un tercio. Es una pequeña cosecha para alcanzar el hito mundialista, y no se alcanzó. El nuevo formato aprobado por la FIFA que aumentó de 32 a 48 equipos para la disputa del campeonato mundial del año próximo -a disputarse también por primera vez en una sede triple, Estados Unidos, México y Canadá- ofreció en el único grupo suramericano 6 cupos directos y ese séptimo para la repesca en el que llegó la Vinotinto a la última cita. El desempeño a lo largo de la eliminatoria fue de más a menos, así que solo quedaba aferrarse a la ilusión o , incluso, a una carambola en la cual Bolivia también perdiera ante Brasil. Pero sobre los 4.000 metros de La Paz, la victoria es muy cuesta arriba así esté de visita el pentacampeón del mundo.
Esa alegría de la clasificación, en el contexto de la precariedad social del país y la tormenta política actual, pudo haber sido una inyección de ánimo colectivo, aunque corriera el riesgo del uso político. El régimen al mando, que es dueño de todos los poderes institucionales del país, también ha penetrado el escenario federativo y del propio campeonato profesional de fútbol. Sobran las pruebas y no son para nada una señal saludable, todo lo contrario. Un manto oscuro impide saber qué ocurre puertas adentro de la federación local, cómo se adoptan decisiones y su impacto en los rendimientos deportivos.
Nunca se ha estado tan cerca de oler la hierba de un Mundial, pero tal realidad no equivale a suponer que las cosas se están haciendo bien. Que la Federación Venezolana de Fútbol goza de la independencia que debe tener y que su ente rector, la FIFA, exige; que la conducción de la Vinotinto está al mando de un equipo competente y que el indudable talento en todas las posiciones del campo del que se dispone se potencia cuando es convocado a la selección nacional. Lo que advierten, desde antes de este desenlace agrio, esos conocedores concienzudos es que no hay un proceso evolutivo en el juego del combinado venezolano que permita superar etapas previas. En eliminatorias anteriores, la Vinotinto superó en puntos, y puede ser que hasta en juego, a esta que tanta ilusión despertó.
¿Vendrán tiempos de reflexión y de cambios? No parece haber, como en otras esferas de la vida del país, el terreno propicio. Aún así, hay algunas certezas, que es lo rescatable: el talento seguirá brotando, porque ha sido una constante durante las últimas décadas, por encima de graves complejidades; y en la Vinotinto, mientras se lamen las heridas, confluye una identidad nacional inquebrantable.
Editorial de