Nuestra mente fue concebida de forma teleológica, es decir, que fue diseñada para buscar y alcanzar objetivos; sin embargo, para alcanzarlos se requiere esperanza para buscarlos y confianza para implementarlos. De ahí que lo más paralizante para un ser humano es perder la esperanza y, en consecuencia, perder la confianza.
En el libro del profeta Ezequiel encontramos la visión de unos huesos secos que retoman vida. Con esta visión, Dios desea revelarnos el proceso de recuperación de la esperanza cuando esta se ha perdido. Dios está interesado en regresarnos la esperanza porque sabe que sin esperanza no podemos realizar su propósito: “…Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos” (Ez. 37:11).
Así, la iniciativa en todo proceso de recuperación de la esperanza la toma Dios, por lo que requerimos buscarlo para entender lo que está haciendo y desea hacer en nuestras vidas: “La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos” (Ez. 37:1).
A esta misma conclusión llegó el profeta Jeremías cuando, desde un monte, observa a Jerusalén destruida por las tropas babilónicas y, en su oración a Dios, expresa: “¿Por qué te olvidas completamente de nosotros, y nos abandonas tan largo tiempo? Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio” (Lam. 5:20-21).
Sin embargo, aunque la iniciativa venga de Dios, requerimos fe de nuestra parte, lo cual se evidencia en la pregunta que Dios le hace a Ezequiel: “¿Vivirán estos huesos?”. En otras palabras, Dios quería evidenciar el nivel de fe del profeta: ¿crees tú que es posible que Israel salga del estado de desesperanza en que se encuentra? Algo similar quiso enseñarnos Jesús cuando, después de sanar a la mujer enferma de flujo de sangre, le dice: “…tu fe te ha salvado…” (Mat. 9:22).
Podemos constatar cómo en esta y en otras intervenciones de Dios, la palabra precede a la acción, es decir, que Dios da la palabra y, posteriormente, esa palabra se hace realidad. Esto es esperanzador, en el sentido de que Dios no solo desea regresarnos la esperanza, sino que tiene poder para hacerlo: “Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis” (Ez. 37:5).
Nuestra obediencia es fundamental en este proceso; de ahí que necesitamos creer profundamente que Dios está interesado en regresarnos la esperanza. Recordemos que, una vez activadas sus promesas, estas se hacen realidad: “Profeticé, pues, como me fue mandado…” (Ez. 37:7).
De esta forma, una vez emitida la palabra de restauración de parte de Dios, y habiendo receptividad de parte nuestra, comenzamos a retomar vida nuevamente: “…y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron, cada hueso con su hueso” (Ez. 37:7).
Es importante entender que la forma precede al espíritu, es decir, que podemos creer que estamos bien sin realmente estarlo, lo cual debería alertarnos para no engañarnos a nosotros mismos. No olvidemos que Dios está interesado en restaurar todo nuestro ser, y en ese proceso interviene su Espíritu.
Finalmente, una vez recuperada la esperanza, el mismo Espíritu se encarga de conducirnos en el propósito que Dios concibió para nosotros: “…Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron…” (Ez. 37:9-10).
