Hace unos años leí un artículo que abordaba, precisamente, el tema tratado en el texto anterior: el nacimiento de una nueva generación de analfabetas. No se trata de quienes no saben leer, escribir o realizar operaciones matemáticas básicas —los analfabetos tradicionales—, sino de aquellos que, sabiendo leer y escribir, no comprenden lo que leen.
Esto me recuerda otro artículo íntimamente relacionado. Su título decía: “El que no sabe leer, no sabe escribir, y si no sabe escribir, no sabe pensar”. Un título fuerte, sin duda, pero profundamente certero y vigente en nuestra realidad.
Lamentablemente, vivimos en países donde, siendo optimistas, apenas el 1 % de la población toma un buen libro y lo lee. Habitamos espacios donde hay más escritores que lectores. Y, sin lectores, el diálogo que ofrece un libro desaparece. Porque leer es entablar una charla silenciosa con el autor: puede relatarnos historias maravillosas, activar nuestra imaginación para emprender viajes insospechados o brindarnos clases magistrales sobre ciencia, historia o filosofía.
La falta de comprensión lectora se vincula, en gran medida, al uso excesivo de dispositivos electrónicos y al consumo de contenidos inadecuados para cada edad. Sin embargo, también existen creadores comprometidos que buscan, más que entretener con banalidades, provocar la reflexión y fomentar la investigación, encendiendo una pequeña chispa de luz en medio de la oscuridad que cubre a la humanidad.
Aprender a gestionar los desafíos tecnológicos, académicos, personales y profesionales, así como usar adecuadamente las herramientas digitales, puede facilitarnos la vida. Pero, si no administramos bien nuestro tiempo, estas herramientas pueden convertirse en nuestros mayores verdugos.
Leer es un acto transformador a nivel personal, emocional y social. La lectura no es neutra: es un acto de posicionamiento social. Leer con conciencia fortalece la identidad y desarrolla ciudadanía crítica. Bien se dice que un pueblo es lo que lee y lo que escucha. Si no leemos y consumimos música degradante y de baja vibración, inevitablemente esa será la realidad que construimos. Por el contrario, si aspiramos a una sociedad con criterio, juicio y autonomía, debemos aprender a elegir lecturas que eleven nuestro espíritu.
El libro —como afirmaba el escritor salvadoreño Alberto Masferrer— es el instrumento rudimentario y esencial de la cultura, y la lectura, el único medio de comunicación espiritual. Cuando leemos con comprensión, somos capaces de analizar, argumentar, discernir lo correcto de lo incorrecto y decidir qué puede cambiar o permanecer.
Masferrer también sostenía que un pueblo instruido no puede ser manipulado ni esclavizado fácilmente. La lectura libera al individuo, fortalece su espíritu y lo hace autónomo. En un tono similar, el físico y premio Nobel Albert Einstein dijo: “Una mente que se abre a una nueva idea jamás vuelve a su tamaño original”. Si aplicamos esta máxima a la lectura, podríamos decir: “Quien dedica tiempo a la lectura profunda jamás volverá a pensar igual”. La lectura activa conocimientos previos y los entrelaza con nuevos saberes, ampliando nuestra visión del mundo.
Leer y aprender transforma la manera en que percibimos la realidad; amplía nuestra capacidad de comprensión y análisis. La mente se adapta a las ideas que va interiorizando y, con ello, crece, madura y se renueva continuamente.
La lectura nos permite ampliar horizontes, descubrir nuevas salidas y enriquecer nuestras experiencias. Pero, para que la comprensión sea real y duradera, debe ir acompañada de la práctica.
Está bien utilizar las redes sociales y la inteligencia artificial como herramientas útiles —porque lo son—, pero no podemos permitir que invadan nuestro mundo ni ocupen nuestro espacio al punto de convertirnos en sus esclavos.
En tiempos donde la inmediatez gobierna y el pensamiento profundo parece relegado, leer se convierte en un acto de resistencia. Leer bien —con conciencia, criterio y propósito— es una forma de salvarnos del olvido, de recuperar la voz propia en medio del ruido digital. Y, tal vez, como decía Masferrer, sea el primer paso para reconstruir la cultura, no desde las élites, sino desde el alma del pueblo.
