Cuando apenas clareaba el día, una multitud llevaba horas haciendo fila frente a la pequeña sede de la junta comunal de Alcalde Díaz, al norte de la capital. Habían salido de sus casas muy de mañana.
“No es necesario madrugar”, repiten casi a diario los funcionarios locales. Pero quienes están aquí, a pocos metros de la entrada del patio comunal donde se desarrolla la agroferia, desatienden ese consejo. Quieren ser los primeros. Quieren comprar antes de que salga el sol.
¿Qué buscan estos parroquianos? ¿Qué los impulsa a dejar la comodidad de sus hogares antes de las primeras luces y someterse a horas de espera de pie, en una fila que parece no tener fin?
Casi todos tienen, ahora, la mirada fija en una sola dirección: hacia el camión de carga que se estacionó la noche anterior en los predios de esta junta comunal. Del enorme contenedor, un grupo de hombres descarga en hombros sacos de arroz, uno tras otro. Este grano, que llega en grandes cantidades, es el producto estrella de este mercado móvil.
Aquí los consumidores lo compran a $6.25 las 25 libras, unos 11 dólares más barato que en el supermercado. “Bien barato, le digo”, comenta la señora de atrás.
El arroz, además, es el alimento principal en el plato del panameño. Según cifras oficiales, Panamá registra uno de los consumos per cápita de arroz más altos de Latinoamérica: 156 libras por persona al año, según el Ministerio de Desarrollo Agropecuario.

Son las 7:00 a.m. y los asistentes comienzan a impacientarse. Una joven que estaba en la fila empieza a tener arcadas. El color de su rostro cambia y no resiste. Una señora que estaba delante alcanza a dar un salto a tiempo para evitar salpicaduras.
Empieza a llover, y casi todos, como si estuvieran coordinados, abren sus paraguas. Otros buscan un refugio cercano. Una madre lleva a su pequeña hija en brazos. Más adelante, otras mujeres intentan cubrir a sus pequeños hijos como pueden.
Finalmente, abre la feria y los primeros en ingresar son los jubilados, uno a uno. Van directo a la carpa del arroz, con su cédula de identidad en mano y sus desgastadas bolsas reutilizables.
Hay quienes se las ingenian para evitar la larga espera y otros que ven en ella una oportunidad de negocio, de ganarse unas monedas. En una ocasión, un señor alquiló su bastón para que sus “clientes”, sin discapacidad alguna, ingresaran como personas prioritarias, saltándose así a los que tenían por delante. “Pero lo agarraron, por fresco”, relata la señora de atrás.
En la fila se escuchan estas y otras anécdotas de ferias pasadas. Los más conversadores, conscientes de lo agotador que es estar allí de pie, bajo el sol o la lluvia, usan su capacidad narrativa para entretener —y entretenerse— mientras esperan su turno.
“Yo no voy a formar ese filón, papi”, grita desde el otro lado de la calle una señora morena, acompañada de su nieta.
Otros, con voz de autoridad y experiencia, afirman que esta jornada avanza con calma y orden. Además, hay menos gente. “Es que no es quincena”, vuelve a comentar la señora de atrás.
Los más frecuentes en estas ferias ya se saben casi de memoria los precios de los productos que ofrece el Instituto de Mercadeo Agropecuario (IMA), saben que todo se paga en efectivo y que no deben regresar antes de una semana, o serán rebotados cuando el inspector escanee su cédula en la entrada.
Manejan también el calendario de las agroferias. Lo comparten por WhatsApp o lo comentan entre vecinos. Incluso peregrinan de comunidad en comunidad —cada semana o cuando pueden— buscando la feria, buscando el arroz.
A las 8:00 a.m., aún con la llovizna, la mayoría de los que madrugaron ya tienen en sus manos las bolsas con el grano y algunas verduras. Un hombre lleva su compra en una pequeña carretilla para aligerar la carga.

A las 9:00 a.m., los macarrones y coditos, que estaban casi regalados, ya se han agotado. En esta feria no se ofreció la botella de aceite a $1.00, el segundo producto más buscado, de acuerdo al ranking que elabora el IMA. “Lo están vendiendo en $6.50 el galón, igual que en el súper”, dice una abuelita mientras introduce apresurada sus compras en la bolsa.
En efecto, ese es el precio de venta hoy, pero lo ofrecen pequeños comerciantes invitados por el IMA para participar en la agroferia. También venden productos a bajo costo: cuatro libras de papas por dos dólares, dos libras de cebolla por un dólar, una libra y media de zanahoria por un dólar, tres piñas por un dólar, 30 huevos por cuatro dólares y la libra de pollo a 50 centavos.

“Hoy día, con 25 dólares en nuestras ferias, están llevando un súper que ayuda durante una semana”, comentó hace unos días Nilo Murillo, director del IMA.
La extensa fila, que serpenteaba en los alrededores del lote comunal, comenzó a desvanecerse alrededor de las 10:00 a.m. Para esa hora, los cientos de consumidores ya caminaban de regreso a casa con sus 25 libras de arroz… y una leve sonrisa de triunfo dibujada en el rostro.