Cada cierto tiempo, fulgura nuevamente el debate entre conservación y desarrollo. Esto es positivo, porque resulta necesario atender a las formas de relacionamiento con nuestro entorno natural para avanzar hacia la sustentabilidad del desarrollo humano.
Sin embargo, el debate termina girando sobre sí mismo cuando confundimos el desarrollo con el crecimiento económico sostenido. En realidad, la confusión nace de la apropiación, por parte de la economía, de un término proveniente de la biología. Allí, el desarrollo designa el proceso de formación, maduración y muerte de un organismo, desde una especie hasta un ecosistema o un sistema ambiental. Acá, designa una modalidad de interacción de la especie humana con la biosfera, forjada a partir del siglo XVI, que se da por natural para legitimarla, cuando en realidad es histórica y, por tanto, perecedera.
Lo que en verdad se debate aquí son las consecuencias que resultan de que —como dijera José Martí hacia 1880—, “la intervención humana en la naturaleza acelera, cambia o detiene la obra de ésta”, y que “toda la historia es solamente la narración del trabajo de ajuste, y los combates, entre la naturaleza extrahumana y la naturaleza humana”. En esa perspectiva, podemos afirmar que el desarrollo que conocemos trabaja contra la naturaleza, no con ella, y ha tenido y tiene consecuencias que conspiran contra la sustentabilidad de nuestro propio desarrollo.
Los problemas ambientales de nuestro tiempo demandan ir a la raíz de nuestras relaciones con el entorno natural. Mientras esas relaciones estén al servicio de la acumulación infinita de ganancias, lo estará también la organización de los procesos de trabajo mediante los cuales interactuamos con la naturaleza.
Ha llegado el momento de comprender que, si deseamos un ambiente distinto, tendremos que construir sociedades radicalmente diferentes. Y esa diferencia surgirá del tránsito del trabajo contra la naturaleza al trabajo con ella, dentro de una estrategia de decrecimiento programado para prevenir, al mismo tiempo, la inequidad en nuestro propio desarrollo y en nuestras relaciones con los sistemas ambientales que sostienen todas las formas de vida en la Tierra. En torno a este dilema fundamental se definen hoy todas las corrientes del ambientalismo contemporáneo.
El autor es humanista e integrante de Ciencia en Panamá.