El Salvador se encuentra en un momento crucial para el porvenir de su sistema de salud. A pesar del innegable esfuerzo y la dedicación de nuestros profesionales, los problemas persisten: el acceso desigual a la atención, la sobrecarga hospitalaria y la escasez de especialistas, complicados con las renuncias recientes de colegas. La solución a estos desafíos no puede ser más de lo mismo disfrazado de ideas nuevas; debemos mirar hacia un horizonte prometedor en el que la tecnología se convierta en una aliada fundamental.
Imaginemos que la distancia no sea un obstáculo insuperable. La telemedicina ya no es una visión de futuro, es una realidad capaz de cambiar la vida de muchos. Desde la seguridad de su hogar, un paciente en algún cantón remoto podría consultar a un médico especialista en la capital, obtener un diagnóstico, seguimiento o incluso una receta, sin tener que invertir horas y recursos en un viaje. Esto alivia la presión sobre los hospitales y también lleva medicina de alta calidad a quienes más la necesitan.
Otro pilar para modernizar nuestra salud es la implementación de registros médicos electrónicos. Aún hoy, después de varios años, los expedientes de muchos pacientes se manejan en papel, práctica que puede llevar a extravíos, dificulta la colaboración entre centros de salud y limita nuestra capacidad de entender las necesidades de nuestra población. Con un sistema digital unificado, el historial clínico de cada paciente estaría al alcance de los profesionales, permitiendo diagnósticos más precisos y tratamientos mejor coordinados. Además, a gran escala, esta información nos permitiría identificar patrones de enfermedades, anticipar brotes y optimizar la distribución de recursos de manera inteligente.
Pero la visión de una salud tecnológica va aún más allá. Pensemos en el impacto de las aplicaciones móviles de salud y los dispositivos portátiles. Un paciente diabético podría recibir recordatorios en su teléfono para tomar su medicación o monitorear sus niveles de azúcar. Una comunidad entera podría ser alertada sobre campañas de vacunación o consejos de prevención a través de una aplicación. Estas herramientas capacitan a cada individuo para ser un agente activo en el cuidado de su propia salud, desplazándonos hacia un enfoque que pone el foco en la prevención y en el bienestar sostenible.
No podemos dejar de mencionar la cirugía robótica que, aunque suene como un concepto lejano, ya está transformando los quirófanos en todo el mundo. Permite a los cirujanos realizar procedimientos con un asombroso nivel de precisión y control, a través de incisiones mínimas. Esto se traduce en menos sufrimiento para el paciente, recuperaciones más cortas y un regreso más rápido a sus vidas. La integración de estas innovaciones, aunque progresivamente y con criterio, elevaría la calidad de nuestra atención quirúrgica a niveles sin precedentes.
La implementación de estas tecnologías no está exenta de desafíos. Debemos superar la brecha digital que aún existe, invertir en la infraestructura necesaria y asegurarnos de que nuestro personal sanitario reciba la formación adecuada. Pero estos son desafíos que podemos superar. Con una determinación firme y con la colaboración del gobierno, el sector privado y la academia, podemos construir un camino sólido. Invertir en la salud de los ciudadanos no solo mejorará su bienestar, sino que también generará oportunidades económicas locales, creando nuevos empleos en campos tecnológicos y biomédicos.
El futuro de la salud pública salvadoreña no es, por lo tanto, solo una cuestión de infraestructura, sino una visión humana y estratégica para acercar la tecnología a la gente. Ellos merecen, sin duda, un futuro mejor. Ha llegado el momento de ir más allá de un modelo de reacción y adoptar un modelo proactivo para aprovechar la información y la conectividad para curar, prevenir y cuidar a nuestra gente de una manera más eficiente y equitativa. La tecnología no es un privilegio, sino un imperativo para construir un sistema de salud robusto y humano que sirva a todos los salvadoreños.