Estamos sin duda en una era de grandes y acelerados avances tecnológicos, en la que múltiples cosas que hasta hace poco parecían inmunes, por su propia naturaleza, a perderse en una agresiva oleada de novedades como la que está imperando en esta actualidad, son atrapadas literalmente por ella. El rostro más reconocible de esa nueva y desbordante invasión de novedades sin control es la virtualidad que ya no se detiene ante nada, y menos cuando llega de la mano de ese dinamismo casi inverosímil que es lo que se ha dado en llamar “inteligencia artificial”, que de inteligencia tiene muy poco y que está plagada de artificio, aunque no se puede negar que puede ser muy útil para darle rutas alternas a la creatividad, que anda tan alborotada en nuestros días. Y al juntar todo esto, acumulando otras cosas que son igualmente producto de nuestro tiempo en marcha, se nos hace notorio que tenemos que reinventarnos.
Reinventarnos sí, cada día, en un mundo donde resulta más y más fácil extraviarse. Y uno de los riesgos mayores se halla en la tecnologización creciente de todo. Hoy las fronteras entre lo material y lo virtual se van diluyendo a cada paso, como si ya no se quisiera estar sobre el terreno concreto sino sinuosamente encima de él. Lo vemos a diario hasta en los detalles que superficiales, y en hechos y datos simples puede ser comprobado. Así, hoy, hasta las personas más sencillas y que parecieran más alejadas del virtuosismo andan siempre con el celular en la mano, leyéndolo hasta cuando cruzan las calles más transitadas. No es raro, entonces, que las concentraciones urbanas parezcan multitudes fantasmales en las que los protagonistas son los dispositivos virtuales, que cada día se sofistican más.
Da la fuerte impresión de que la tecnología se ha venido convirtiendo en la deidad suprema de nuestra época, y a ella hay que rendirle tributo de supremacía, aunque sus desbordes revuelvan nuestras vidas, en creciente e incontrolable irrupción. Por eso, a cada instante nos preguntamos y debemos seguir preguntándonos: ¿Hasta donde llegaremos por esa ruta y con este ritmo? Pregunta del millón, pues, atrapados en el círculo de lo más impredecible, lo único cierto que tenemos es lo que tenemos, que nunca se nos desviste por completo. ¡Qué contraste con lo que creímos tener toda la vida: que bastaban nuestros afanes bien formalizados y aplicados para salir adelante en cualquier situación anímica o social!
El papel está pasando aceleradamente de moda. Hoy las teclas se van apoderando de todo. Esto, desde luego, tiene sus ventajas, en el sentido de que la comunicación de todo tipo se puede hacer en cualquier momento y circunstancia, desde la intimidad o entre la multitud; pero al mismo tiempo trae un deterioro que puede llegar a ser vía de distanciamiento entre los individuos y dentro de las agrupaciones; y a la vez fuente de graves riesgos, como vemos en las calles cuando los conductores se dedican a darle uso a su celular mientras manejan los vehículos. Dicha práctica puede llegar a ser en verdad calamitosa, si se descuida en cualquier momento.
Y en las condiciones actuales en que se mueve la mayoría de la gente, hay que evitar que el aislamiento social crezca, porque si las posibilidades de progreso se estancan para muchos también se incrementarán las dificultades de comunicación intergrupal y habrá mayor riesgo de desajuste socioeconómico en el ambiente. Al respecto, la política de desarrollo nacional tiene que ordenarse hacia el buen desempeño de las novedades de toda índole. No se trata, por supuesto, de manipular interesadamente el cambio, sino de llevarlo hacia adelante con el debido realismo evolutivo.
Está decisivamente claro que no podemos ni debemos estancarnos en ninguna comodidad ni en ningún repliegue. Hay que vivir el presente a plenitud, sabiendo y sintiendo que evolucionar, en el mejor sentido del término, equivale a cerrar espacios ocupados y a abrir expectativas constructivas. Que el pasado nos oriente, que el presente nos impulse y que el futuro nos ilumine. Así ha sido siempre y no tendría por qué no serlo hoy. Asumamos esto en todo su significado.
La virtualidad y la inteligencia artificial han venido para quedarse, y así tenemos que asumirlo, poniendo todas nuestras potencialidades individuales y colectivas al servicio de dicha dinámica creadora y recreadora. Pero no dejemos que de entrada nos ganen la partida: pongámoslas al servicio de la racionalidad evolutiva, que es el máximo encargo histórico que nos toca cumplir en la actualidad.
Estos temas tan vívidos ya se han vuelto parte de nuestras vivencias más actualizadas e irrelegables. Lo esencial al respecto es dedicarse a que se ejerzan con la adecuada efectividad; es decir, dentro del rol que les corresponde dentro de un funcionamiento armonizado con la más clara y eficiente dinámica de progreso.
Con mucha más elocuencia que nunca antes, nuestra vida en lo inmediato y en lo proyectivo va guiada hoy por una dinámica de cambio sin precedentes. Y esto resulta, al mismo tiempo, una advertencia y un desafío.
Nos hallamos, pues, ante una tarea remodeladora del quehacer humano, con énfasis en lo virtual, hasta el punto de que esto asume el rol de nuevo lenguaje sin fronteras.
Pongámonos al día, entonces, en todo, para poder funcionar como se debe.
