/
Para el académico, traductor y teórico Armando Partida debe haber sido curioso que ese chamaquito apenas veinteañero que era yo en la segunda mitad de los años 80 del siglo XX, llegara al aula o a su casa con un manuscrito dramático decimonónico o un proceso inquisitorial de censura a una obra de teatro colonial a sus clases de Teatro Mexicano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. De inmediato me volví, no en su asistente ni adjunto, sino en una especie de escudero. Amén de que el doctor Partida era siempre el primer lector de mis artículos de crítica que yo comenzaba a publicar en los diarios y Unomásuno o bien de mis intentos dramatúrgicos. Nunca fue concesivo y sí en cambio crítico incisivo y certero, propositivo.
Unos pocos años después de haber cursado con él varias materias en la UNAM, la entonces Dirección General de Publicaciones de Conaculta abrió la puerta para que se desarrollara una de las colecciones más ambiciosas de rescate de la dramaturgia e historia del teatro mexicano. Armando coordinaría la colección que consistiría en 20 tomos divididos en dos etapas. Los primeros 10 volúmenes de la época novohispana del siglo XVI al XVIII y del arranque de la guerra de Independencia hasta la Revolución mexicana los 10 volúmenes restantes.
Si no recuerdo mal, el trabajo de investigación y recopilación comenzó a principios de los años 90 y finalmente comenzó a ver la luz en 1995. ¡Veinte títulos que reunían cuatro siglos de la memoria escénica mexicana! Para cada volumen temático se invitó a un investigador especializado en época y contenidos para realizar un estudio introductorio que acompañara las obras teatrales, muchas de ellas inéditas, incluso en paleografías. Teatro Mexicano. Historia y dramaturgia es el nombre de la colección de 20 volúmenes, el mayor esfuerzo de los últimos 35 años por dar luz sobre los ya casi 500 años de que el teatro en términos occidentales dio su primera representación.
Las políticas actuales
Por supuesto, colección tan fundamental no se ha vuelto a editar y dudo mucho que ocurra con las políticas actuales en las que el Paladín del Libro al frente del Fondo de Cultura Económica ha resultado su sepulturero.