El año 2025 ha estado caracterizado e influido a nivel mundial por la política arancelaria de Estados Unidos. En estricto sentido, los aranceles son impuestos a las importaciones de productos a un país y, por lo tanto, son pagados por el consumidor del país que recibe los productos o servicios. La cadena de traslado del incremento de costos se da al llegar el producto al país de destino. El primero que lo recibe es el que tiene que pagar los impuestos a la entrada por la aduana del país, y después es trasladado a través de distribuidores y minoristas al consumidor final.
Si los aranceles son parejos para todos los países del mundo que exportan, en este caso a Estados Unidos, el efecto es sólo un incremento de precios para el consumidor norteamericano. Pero si hay impuestos diferenciados adicionales al 10 % anunciado para casi todos los países que exportan a Estados Unidos, entonces se da lo que se llama una desviación de comercio. Lo que ocurre es que los países con menores aranceles tienen una ventaja sobre los países a los que se les cobra un impuesto más alto. La única forma en que un país puede evitar la pérdida de competitividad y que su demanda baje es a través de subsidios a los exportadores. Por supuesto que eso tiene un costo importante para el país exportador, pero también exportar menos tiene un costo alto en cuanto a que habrá más desempleo, menos recaudación de impuestos y un menor crecimiento económico.
El presidente Trump ha estado utilizando los impuestos a las importaciones como una forma de castigo a casi todos los países del mundo, más a los que considera que son rivales económicos de Estados Unidos, como China, y otros porque los considera desleales con Estados Unidos y que se aprovechan para mantener un superávit comercial que, bajo su óptica, perjudica a Estados Unidos.
En abril, el presidente Trump anunció una gran cantidad de aranceles recíprocos, y eso generó una fuerte caída de los mercados ante el temor de que eso iba a generar un incremento de precios en Estados Unidos y que iba a afectar a los diferentes países de diferente manera, según el nivel de impuestos anunciado. Al poco tiempo dio a conocer que daba una prórroga para negociar con cada país hasta el 9 de julio. Eso calmó a los mercados, y los índices bursátiles como el S&P 500 volvieron a niveles récord la semana pasada y esta.
El 8 y 9 de julio anunció Trump cómo van a quedar los impuestos para varios países, oscilando entre el 20 % y el 50 %, pero además anunció aranceles del 50 % para el cobre, además de los aranceles que anunció anteriormente para el acero y el aluminio. Ha amenazado con que va a imponer aranceles altos para las medicinas muy pronto, y lo último (al momento de escribir esta columna) es que impuso aranceles del 50 % para Brasil en represalia por un juicio político al expresidente Jair Bolsonaro y por haber sido el anfitrión de la reciente reunión de los BRICS+. A Sudáfrica le impuso aranceles del 30 %, en parte por la disputa sobre el asesinato de bastantes empresarios agrícolas en ese país.
Las tasas de impuestos que ha anunciado hasta la fecha todavía no son definitivas y ha dicho que están sujetas a negociación, pero que entrarán en vigor el 1 de agosto. Los mercados ya han adoptado la posición de no creerle nada hasta que quede escrito en piedra, ya que en otras ocasiones han reaccionado creyendo que las decisiones serán inamovibles, y al día siguiente las cambia.
La incertidumbre sigue siendo muy alta por la variabilidad en las políticas económicas del gobierno actual y por no poder calcular los efectos hasta que entren en vigor. De ahí el título: que los aranceles no tienen final, y todavía veremos muchos cambios antes del 1 de agosto, si es que esa es la fecha definitiva.
