El arte en tiempos de crisis – La Prensa Gráfica

El arte en tiempos de crisis - La Prensa Gráfica

Muchas veces me pregunto cuál es la función del arte en medio de un mundo en crisis. Estoy segura de que es una pregunta que nos hacemos muchas de las personas que nos dedicamos a las diferentes actividades creativas e, incluso, quienes trabajan en la gestión cultural.
¿De qué sirve una exposición de pintura, un concierto de piano, una novela de ficción o una película mientras, en varios lugares del mundo, están cayendo bombas, se masacran personas, hay hambrunas, se cometen injusticias de todo tipo? ¿Cómo ignorar que miles de personas deben migrar de sus lugares de origen y que lo hacen en condiciones extremas para huir y salvarse de una tierra que se ha tornado violenta o que está siendo lentamente destruida por un cambio climático que nadie está dispuesto a detener? ¿Cómo no conmoverse ante los cuadros comparativos del antes y el después de la destrucción de las bombas en Gaza o Ucrania? ¿Cómo no sentir nada cuando vemos niños desangrados y mutilados gritando de dolor? ¿Cómo ser indiferente ante los llamados de auxilio de las organizaciones humanitarias que buscan mitigar, in situ, el dolor interminable de miles de víctimas?
Es imposible ignorar que la humanidad está viviendo tiempos violentos, difíciles. Podemos optar por abstraernos de dicha realidad durante horas o días con la justificación de que, desde donde estamos, no podemos hacer absolutamente nada para cambiar las cosas porque no somos personas importantes ni con la influencia suficiente para ello. Que lo único que podemos hacer es velar por la sobrevivencia de nuestras familias y de nosotros mismos. Que, para guardar la cordura y mantener algún tipo de salud mental, es mejor distraernos y no obsesionarnos con esas cosas.
De ahí que un artista o un gestor cultural puedan sentir culpa de continuar en sus tareas. Por desgracia, la sociedad mantiene una actitud profundamente contradictoria hacia el arte. Se piensa que es una actividad frívola, egoísta, propia de niños o personas mayores en retiro, una actividad indulgente, una terquedad irresponsable cuando alguien se lo toma como un oficio serio.
Es común que, en tiempos de crisis, se emplace a los artistas y se les exija una actitud militante. Según esto, su arte solamente puede estar en función de la crisis y el artista debe manifestarse a favor o en contra de una u otra causa. Si no lo hace, se le considera cómplice del enemigo de turno, un cobarde cuyo arte tiene un valor nulo. Es algo que suele ocurrir en toda época, en cualquier y todo país o región geográfica.
Sin embargo, es importante (de nuevo, como viene haciéndose a lo largo de la historia de la humanidad) repensar el arte y comprender que es una manifestación humana con multiplicidad de funciones. De hecho, pensar que toda actividad debe tener una utilidad práctica (y además generar ganancias económicas), es parte de la visión que nos impide comprender esa multifuncionalidad.
Todas las disciplinas artísticas son manifestaciones del artista y su tiempo. De manera directa o indirecta, su contenido refleja no sólo al individuo que lo produce sino al sistema de creencias y el bagaje histórico social del cual proviene. Los miedos, los traumas y conflictos emocionales, los temas y la obsesión por cierto tipo de representaciones, todo retrata el tiempo en el cual fue creado, incluso cuando el artista no lo hace de manera consciente o premeditada.
El arte puede funcionar como un testimonio, como una memoria viva de su tiempo. Esto es más evidente durante las guerras, cuando incluso los carteles de propaganda son creados con premeditación estética para impresionar, de manera tendenciosa, a la ciudadanía. A pesar de ello, ¿cuánto de ese material trasciende su coyuntura y sobrevive a su momento para llegar a formar parte de lo que consideramos “arte”? ¿Cuánto, de todo ese material, pierde importancia y es reducido al valor efímero del panfleto propagandístico?
El paso del tiempo es el mejor filtro para separar la paja del trigo. Cuadros como “Los fusilamientos del tres de mayo” de Francisco de Goya o “¡Escocia por siempre!” de Elizabeth Thomson, son admirados hoy en día por su carga emotiva y su habilidad técnica, pese a haber sido pintados en el siglo XIX y a que se refieren a eventos históricos ya pasados.
El cuadro “Gaseados” de John Singer Sargent, un cuadro al óleo de gran formato, muestra una fila de soldados heridos que han sido heridos por un ataque con gas mostaza durante la Primera Guerra Mundial. Los soldados heridos y vendados caminan con la mano puesta sobre el hombro del soldado que llevan adelante. Ciegos guiando ciegos camino a un hospital de campaña. La imagen fue pintada por Sargent cuando estuvo en el Frente Occidental en julio de 1918, comisionado por el British War Memorials Committe para documentar la guerra. Fue algo que contempló personalmente durante su tiempo en el frente.
El pintor francés Henri Rousseau pintó “La Guerra” más de veinte años después del conflicto franco-prusiano de 1870 y de La Comuna de París de 1871. En el óleo sobre lienzo, se ve la figura de una mujer armada, vestida de blanco, montada sobre un caballo negro que flota sobre una serie de cadáveres que están siendo devorados por cuervos. Los árboles sin hojas tienen las ramas rotas y las nubes de color rojizo reflejan incendios cercanos. Pese al estilo naíf y los colores brillantes de Rousseau, el cuadro representa una imagen de angustia, destrucción y desesperanza. Más de un siglo después, seguimos viendo en dicha obra al espectro de la muerte cabalgando sobre un campo de destrucción.
Es conocida la frase del filósofo alemán Theodor W. Adorno quien dijo que escribir poesía después de Auschwitz era un acto de barbarie. La frase ha tenido múltiples interpretaciones y reflejó la preocupación de Adorno de que volvieran a existir campos de concentración. Pero, precisamente porque existió (y sigue existiendo) tanto horror, la poesía y el arte, en general, deben seguirse produciendo. No solamente para retratar la barbarie y el lado más cruel del ser humano, sino también para recordarnos que la belleza existe.
El arte sirve para muchas cosas. Puede servir como denuncia, como terapia, como retrato de la realidad, como la construcción de nuestra narrativa personal, como refugio, como consuelo, como un escape para no perder la razón, como un auxiliar de la memoria histórica. Los cristianos cantaban mientras entraban al Coliseo para ser comidos por los leones. También cantaban los civiles en los refugios anti aéreos de Londres o Berlín mientras caían las bombas. ¿Cuántos cadáveres de soldados muertos durante la batalla del Somme tenían poemas y dibujos garrapateados aprisa dentro de los bolsillos de sus uniformes? ¿Cuántos niños en Gaza dibujan el fuego de las bombas y la destrucción de la que son testigos?
El arte en tiempos de crisis es una forma de resistencia. Nos recuerda que el ser humano no es sólo capaz de destruir y ser cruel, sino que también es capaz de construir belleza. Necesitamos reafirmar y contar con esa certeza para alimentar la esperanza de que, algún día, el bien triunfará sobre el mal y de que conoceremos una paz verdadera en el mundo (aunque nos auto engañemos, aunque sea una utopía).
Cierro citando un verso de la poeta polaca Wislava Szymborska: “Perdónenme, guerras lejanas, por traer flores a casa”.
Hablar de belleza no significa que ignoremos todo lo que está pasando en el mundo.

Fuentes

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