Acostumbrados a la forma de ser de los conflictos del pasado, en estos días nadie parece ser capaz de entender los conflictos del actual presente – La Prensa Gráfica

Acostumbrados a la forma de ser de los conflictos del pasado, en estos días nadie parece ser capaz de entender los conflictos del actual presente - La Prensa Gráfica

En el pasado del que venimos, la conflictividad universal parecía estar marcada por una simplicidad que daba la impresión de ser una característica de esencia. Los poderes políticos universales estaban ahí, inmóviles en su rango, y nadie dudaba de su permanencia en el tiempo, pese a los cambios de identidad que pudieran ocurrir. Así, para el caso, Estados Unidos y la Unión Soviética mantenían un protagonismo que nadie discutía como tal, aunque, en un determinado momento, el comunismo dio de sí, pero sin que la condición de potencia superior se le disolviera a Rusia como poder en la cumbre. Emergió China, y eso vino a complicar el panorama de los más poderosos, y la globalización tomó impulso expansivo, con lo cual la diversificación de fuerzas en el escenario pareció hacer emerger en el mismo un efecto muy parecido a la confusión de imágenes. Y en ésas estamos ahora.
Este fenómeno específico no es imaginado ni casual: como todo lo que está pasando en los días actuales, se trata de un acontecer que es propio de la evolución, y que como tal debe ser analizado y tratado. Y este, además, es un signo de cómo funciona el Poder en nuestro tiempo. Hoy, tanto los grandes conflictos como los pequeños conflictos parecieran estar en el mismo plano, lo cual genera confusiones que hay que ir enfocando escrupulosamente para encontrar las mejores salidas posibles. En el pasado, los conflictos bélicos seguían una lógica de principio a fin; hoy, en cambio, todo se mueve dentro de una vaguedad de muy dificultoso entendimiento. Para el caso, los conflictos son de orígenes confusos y de finalizaciones que dejan múltiples cabos sueltos. Uno de los ejemplos más vívidos se da en el cercano Oriente.
¿Qué tenemos que aprender, entonces, para ir hallándoles salida franca a todos esos cúmulos de confusiones? Pues, en primer término, tenemos que aprender a practicar ejercicios de análisis actualizadamente realistas, para así ir poniendo sobre la mesa las posibles soluciones en verdad efectivas. Por el momento, lo que hay, esparcidos por la lógica mecánica de la globalización, son manojos de tratamientos sin seguridad de eficacia sustentada y sostenible. Por eso, sin duda, es que el mundo actual carece de estabilidad y sufre de inseguridades múltiples. La conclusión procedimental inmediata no requiere mucho esfuerzo para arribar a ella: es indispensable pensar bien, proceder mejor y asumir los resultados de todos estos mecanismos en acción.
Además, hay que renunciar de manera inequívoca a encontrar soluciones fáciles, ya que no hay soluciones fáciles que se sostengan. Lo pertinente es trabajar en serio para evitar conflictos y para darles a los que surjan los tratamientos pertinentes, en función de una realidad que opere de modo enteramente razonable. Los conflictos nunca van a dejar de existir, pero tampoco van a dejar de estar disponibles las soluciones que no se queden en espejismos inútiles. Todo, al final del cuento, es un ejercicio de esencia inteligente, que es como la vía de acceso hacia la sostenibilidad de todo el proceso de la evolución tanto individual como colectiva. Vamos, entonces, por ahí.
Evidentemente, conflictos siempre habrá, porque eso es parte viva de la naturaleza humana, pero lo que cambia –y en estos momentos con más volatilidad actuante— es la expresión pragmática de dichos conflictos. Ahora mismo, lo que impera de modo patente es ese factor volátil al que acabamos de hacer referencia, y que con tanta facilidad complica y confunde los análisis, dejando la incómoda sensación de que las soluciones factibles andan flotando a nuestro alrededor, sin animarse a poner pie en tierra. No es casual, pues, que las inquietudes prosperen.
Una de las claves de la confusión que se halla vigente se centra en la condición que hoy caracteriza a las antes simplemente conocidas como “grandes potencias”: Rusia carece cada vez más de influencia internacional; Estados Unidos se halla en creciente deterioro de su antes impecable desempeño democrático; y China va incorporándose cada día más al bloque de los más poderosos e influyentes. Y en medio gira la realidad global crecientemente turbulenta de nuestros días.
Tenemos, todos y cada uno, que incorporarnos a la lógica del presente, que tiene sus propias definiciones y se mueve conforme a sus propias energías. Esto no es de elección casual sino de imperativa aceptación, y así nos corresponde asumirlo. Debemos entender, sin excusas de ninguna índole, que la paz no es un discurso teórico sino una misión práctica que lo determina todo, haciendo del progreso su meta vital.
Gran parte de los trastornos activados en estos días derivan del falso manejo de las diferencias y las divergencias que se hacen sentir en todos los terrenos y latitudes. Esto hay que replanteárselo de manera efectiva y actuante para que la paz tome cuerpo en todas las direcciones del mapa global, y los conflictos puedan dar de sí.
Volvemos aquí a un término que se ha venido volviendo decisivo y determinante al máximo en esta hora: el término “globalización”. Todo inmediatismo confunde. Todo reduccionismo extravía. Pero la globalización hay que manejarla para que funcione.
Estamos, pues, en un mirador histórico, y desde ahí hay que visualizar las facetas de lo que vivimos y de lo que tenemos por vivir. Esta es una labor que nunca concluye.
Y el reencuentro de voluntades llevará al reencuentro de resultados.

Fuentes

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