Opinión: Busquemos miel certificada, de productores locales y de prácticas justas

Opinión: Busquemos miel certificada, de productores locales y de prácticas justas

En los estantes de supermercados, mercados locales y tiendas orgánicas encontramos un frasco de miel, brillante y dorada, lista para endulzar nuestro café, nuestro pan o nuestra garganta en un té caliente. Pero detrás de cada gota de este dulce regalo de la naturaleza hay una historia que casi nunca nos detenemos a conocer: la historia de miles de abejas, de flores silvestres, de montes intactos y de familias enteras que viven de cuidarlas.

La miel no es solo un alimento: es una prueba tangible de que la naturaleza funciona cuando la dejamos trabajar y la ayudamos a sobrevivir. En Guatemala, la apicultura es una práctica ancestral que ha pasado de generación en generación, vinculada a la cultura rural y al aprovechamiento respetuoso de la biodiversidad. Hoy más que nunca, la miel guatemalteca representa una esperanza para sostener ecosistemas y comunidades.

Cuidar las abejas

Se calcula que más del 75% de los cultivos alimentarios del mundo dependen, directa o indirectamente, de la polinización, y las abejas son sus principales protagonistas. En nuestro país, son esenciales para la floración de frutales y hortalizas, así como para las plantaciones de café, que sostienen la dieta y la economía de miles de familias. Sin abejas, la seguridad alimentaria se tambalea. Sin embargo, ellas enfrentan amenazas serias: pesticidas mal utilizados, deforestación que reduce su hábitat, monocultivos que limitan su alimento y un clima cada vez más impredecible.

A pesar de estos retos, Guatemala alberga a unos 12 000 apicultores y más de 230 000 colmenas registradas, distribuidas principalmente en Huehuetenango, Petén, San Marcos, Suchitepéquez, Sololá, Alta Verapaz y El Progreso. La mayoría son pequeños productores que trabajan en fincas familiares. Ellos no solo extraen miel: cuidan abejas, flores y montañas. En cada litro de miel hay un trabajo silencioso que va desde la siembra de flores melíferas hasta la vigilancia de plagas y la protección de colmenas ante sequías, lluvias o incendios.

En el Centro de Transferencia de Tecnología Apícola (CTTA) del Programa MOSCAMED, en Río Bravo, Suchitepéquez, se impulsa la capacitación técnica de apicultores, se entregan abejas reina genéticamente mejoradas y se identifican plagas para proponer soluciones a muchas de estas enfermedades, como la varroasis.

Esto es clave para lograr colonias más productivas, manejables y resistentes, lo que se traduce en más miel, mejor polinización y menor uso de químicos nocivos. También se fomenta la polinización asistida en cultivos como café, macadamia y cítricos, fortaleciendo el agro guatemalteco.

Los retos que enfrenta el sector

Estos guardianes del dulce oro se enfrentan a un problema tan antiguo como injusto: la cadena de intermediarios. Muchos productores venden su miel a precios bajísimos —a veces por menos de Q30 el litro—, mientras que en la cadena de comercialización su valor se multiplica. Esta estructura desmotiva a los apicultores, limita su inversión en mejores prácticas y amenaza la permanencia de la apicultura como actividad rentable.

A esta realidad se suma un fenómeno que muchos ignoran: la proliferación de miel adulterada. Jarabes de maíz, azúcar refinada y mezclas sintéticas se venden como “miel pura”, engañando a los consumidores y desplazando a los productores honestos. Un dato poco conocido es que la miel pura tiende a cristalizarse de forma natural debido a su composición de glucosa. La cristalización es una señal de autenticidad, no de mala calidad.

Exportamos miel, pero consumimos poca

Paradójicamente, aunque cada año Guatemala exporta miles de kilogramos de miel —en 2025 ya superan los 110,000 kg a destinos como Costa Rica, Estados Unidos, Italia, México o Alemania (Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación, 2025)—, el consumo local sigue siendo bajísimo: entre 30 y 56 gramos por persona al año, es decir, apenas una o dos cucharaditas. Mientras tanto, el mercado interno se inunda de sustitutos y jarabes importados, cuyo bajo precio compite deslealmente con la miel genuina.

Consumir miel pura guatemalteca es mucho más que endulzar un té: es un acto de responsabilidad con el medioambiente y con las comunidades rurales. Cada frasco de miel comprada directamente a un productor o a través de un sistema de comercio justo financia la conservación de bosques y flores, sostiene a familias campesinas y mantiene vivas a las polinizadoras que garantizan nuestra propia alimentación.

Es hora de preguntarnos seriamente: ¿de dónde viene la miel que endulza nuestra vida? ¿Quién se beneficia realmente de su venta? ¿Cuánto valor le damos a las manos que la producen? La próxima vez que compremos miel, busquemos miel certificada, de productores locales, cristalizada y con trazabilidad. Preguntemos su origen y apoyemos marcas comprometidas con prácticas justas y sostenibles.

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Fuentes

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