En la Antigua Grecia, especialmente en Atenas, existía un temor real de que un tirano llegara al poder mediante la demagogia, es decir, manipulando emocionalmente al pueblo con promesas y discursos que apelaran a sus deseos y temores, pero que en efecto no se pudieran cumplir. Temían que un candidato lograra el apoyo de las masas para luego concentrar todo el poder en sí mismo, eliminando las instituciones democráticas y los contrapesos políticos.
Los atenienses sabían que la tiranía conducía inevitablemente a conflictos internos, exilios y luchas por el poder. Aristóteles analiza cómo la demagogia puede surgir dentro de la democracia y degenerar en tiranía (Política, V 1310b).
La Alianza para Salvar a Panamá, en pleno siglo XXI, llegó al poder en las elecciones generales de 2024 prometiendo “más chen chen” y un tren entre David y Panamá que financieramente no es viable. Su objetivo era asegurar los fondos del sistema de jubilaciones como garantía de pago para la banca bursátil, en medio de un enorme déficit fiscal, con tal de mantener el grado de inversión. Sabían que el país atravesaba el peor momento del ciclo de la deuda, pero aun así mantuvieron sus promesas demagógicas. En campaña, evitaron todo debate presidencial y recurrieron al clientelismo, prometiendo lo imposible en los barrios.
Ante los reclamos populares por la falta de dinero en circulación y la ausencia de avances en el proyecto ferroviario, el gobierno del “paso firme” ha optado por una estrategia conocida: evitar rendir cuentas. Mediante provocaciones dirigidas a la oposición política, los sindicatos, los docentes y los movimientos sociales, intenta redirigir la atención ciudadana. La lógica es mantener a estos sectores en constante agitación: su indignación los posiciona como enemigos, incrementa la polarización y alimenta la desinformación, lo que, paradójicamente, fortalece la narrativa oficial. Así, el Ejecutivo se presenta luego como moderado frente a una oposición tildada de exagerada y alarmista.
Recortar subsidios a los arroceros, suspender negociaciones colectivas, eliminar conquistas laborales y atacar a universidades o sindicatos no son hechos aislados: forman parte de un plan para desquiciar a la sociedad panameña. Se promueve una sucesión de conflictos sectoriales, huelgas prolongadas y escándalos mediáticos. El objetivo es claro: convertir cada día en un ciclo de noticias centrado en Mulino, sus medidas y sus controversias, mientras la ciudadanía pierde capacidad de organización y respuesta estratégica.
A esto se suma la celebración oficial por mantener el grado de inversión, incluso cuando los salarios se pulverizan, el poder adquisitivo se reduce y la población sobrevive entre precios inciertos y un gasto creciente. La discrecionalidad con que se maneja el presupuesto, ignorando que la Constitución otorga a la Asamblea Nacional la aprobación final, demuestra que el Ejecutivo decide a conveniencia “para qué hay plata”. Hay recursos para aviones de combate innecesarios, pero no para reparar escuelas en ruinas.
Este gobierno no cree en el gradualismo, pero la realidad política le obliga a dosificar los conflictos. Mientras tanto, explota la fuerza unificadora de los sentimientos negativos: resentimiento, ira y miedo. En el gobierno del paso firme son ingenieros del caos: buscan mantener a la sociedad atrapada en una espiral emocional que fractura cualquier posibilidad de consenso democrático. Sin embargo, la historia enseña que manipular emociones extremas puede derivar en violencia y destrucción, como ocurrió en Bocas del Toro.
Hoy, más que nunca, se necesita información veraz, debate democrático y un proyecto económico y social creíble. No bastan dogmas ni consignas: la única forma de enfrentar un ajuste tributario es proponer una salida realista que haga frente a la fragmentación y restaure la esperanza. Sin esto, el caos y la deshonra seguirán marcando el presente de Panamá durante los próximos cuatro años del llamado paso firme.
El autor es médico subespecialista.