Este mes del padre de mis siete hijas, fuente de mis recuerdos, le envío carta al cielo – La Prensa Gráfica

Este mes del padre de mis siete hijas, fuente de mis recuerdos, le envío carta al cielo - La Prensa Gráfica

Este mes del padre, y en su día 17 de junio, decidí escribir esta carta para enviarla hasta el cielo, porque conozco sin duda alguna que allí está el padre de mis siete hijas, mi esposo Mario Sol h., y sonreirá con este escrito. Pero Uds. se preguntarán: ¿cómo sé que está en el cielo? Pues la respuesta es de pura lógica. ¿Cuándo, ustedes, lectores, han visto que un hombre pueda aguantar convivir con ocho mujeres en su casa? (la octava, yo) … ¡Definitivamente, solo pudo hacerlo un santo varón! (Jejeje).
Y sí, estuvimos casados casi por 65 años, y por un par de meses no los cumplimos, porque a él, ya a sus 92 años, Dios lo llamó, pues seguro pensó que era ‘sufi’ ya de lidiar con tantas mujeres juntas y lo condujo a su lado.
Pero recordando nuestros comienzos, cada vez que yo salía embarazada, y por no existir entonces los avances tecnológicos del ultrasonido para saber si tendríamos varón o hembra —algo que ahora la imagen del bebé puede gozarse hasta en “Techni-color”, como se decía en mi tiempo, cuando pudieron darle color a las películas y videos entre 1940-50—, cada embarazo mío estuvo siempre rodeado de la esperanza de que al fin tendríamos el varón.
Llegamos a siete niñas, cuya mayoría son ya abuelas, pero aunque dejaron el nido un día, siempre nos hicieron inmensamente felices en toda su vida de niñas, juventud y hasta hoy, en que cada una voló del nido para formar su propia familia, haciendo crecer la nuestra.
Creo que, cuando él se convenció de que no íbamos a tener varones, y adorando a sus hijas con todo su corazón, pero con ilusión algo frustrada, decidió enseñarles a manejar bien las armas que a él siempre le fascinaron. ¿Y saben qué? Todas nuestras hijas aprendieron a tirar al blanco, convirtiéndolas en verdaderas campeonas. Así, cuando adolescentes, y unas aún niñas, las llevaba a su hacienda El Nilo a tirar conejos y, a veces, iguanas. Una propiedad que posteriormente le confiscó el gobierno Demócrata Cristiano con la Reforma Agraria, pero que al fin lograra su pago después de unos dos años y, aunque no en su justo valor, algo le repusieron. Pero, como hombre fuerte, trabajador y decidido, logró salir adelante nuevamente con nuestra familia de siete hijas y ya algunos yernos, apoyándolo.
Esta hacienda fue la única propiedad agrícola en Centroamérica dedicada al sistema de siembra de arroz por inundación, técnica que mi esposo introdujo al país en 1952, al graduarse como Ingeniero Agrícola en Texas A&M y después especializarse en dicha práctica en dos famosas estaciones experimentales de EE. UU., en Beaumont, Texas, y Crowley, Louisiana, donde también aprendió acerca de hacer cruces genéticos entre diferentes variedades de arroz con los más grandes profesores genetistas del mundo entonces. Trabajo que, al llevarlo a la práctica, lo encaminaron exitosamente a obtener variedades resistentes a virus como la Hoja Blanca. Así instaló allí, en El Nilo, su propia Estación Experimental de Arroz, la primera privada en Latinoamérica, abriendo la puerta a nuevos agricultores arroceros ulteriores con sus cuatro primeras semillas: Nilo #1 y #2, y MASOL #1 y #2, para llegar así a las múltiples variaciones de semillas de hoy, gracias a su enorme experticia genetista y sus experimentos arroceros de entonces.
Después de este gran éxito que traspasara fronteras, y adonde llegaron presidentes y ministros de muchos países latinoamericanos a conocer los prodigios del primer genetista arrocero en nuestra patria… Hoy, de El Nilo no queda sombra de lo que fue.
¡Van al cielo mis felicitaciones personales a mi esposo y las felicitaciones de nuestras siete hijas y sus familias! ¡Igual para Uds., Papás… acá abajo!

Fuentes

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