
Un agente de inteligencia artificial no es más que un programa capaz de percibir su entorno, tomar decisiones y actuar de manera autónoma para alcanzar objetivos específicos, todo ello sin la intervención directa de un ser humano.
Esos agentes pueden recopilar datos, analizarlos y ejecutar acciones, adaptándose a situaciones cambiantes y aprendiendo de la experiencia, lo que los convierte en herramientas esenciales en los procesos de transformación digital de empresas y otras entidades.
Por ejemplo, un agente de IA en una institución de servicios al público puede interpretar preguntas, buscar información relevante y responder de manera autónoma. Si la consulta es demasiado compleja, decide por sí mismo escalar el caso a un agente humano.
Otro ejemplo cotidiano son los autos autónomos, que analizan el tráfico, predicen el comportamiento de otros vehículos y toman decisiones en tiempo real para garantizar la seguridad de los pasajeros.
Los agentes de IA suelen basarse en modelos de lenguaje extenso (LLM) como GPT u otros, e interactúan con los usuarios mediante indicaciones. Si bien los agentes de IA tienen diferentes conjuntos de habilidades para operar en diversos entornos, desde vehículos autónomos hasta atención médica, su flujo de trabajo para ejecutar tareas cognitivas complejas en un contexto empresarial incluye un conjunto de componentes comunes, que reflejan las características que distinguen a los agentes de IA de otras aplicaciones de las tecnologías de IA.