Un 24 de junio de 1902, hace casi 123 años, el presidente estadounidense Theodore Roosevelt firmó la ley Spooner, proyecto aprobado apenas ocho días antes por el Senado. Su contenido: proceder con la construcción del canal en Panamá.
Existían múltiples factores que hacían imperiosa la necesidad de lograr la comunicación interoceánica; la nación del norte crecía vertiginosamente tras haber superado la Guerra Civil y la crisis económica de 1893. El espléndido desarrollo del oeste y la costa occidental, además del dominio total sobre el Caribe, Hawái y las Filipinas, resultante de la victoria contra España en 1898, hacían evidente la conveniencia de la construcción de un canal. Roosevelt, fanático del dominio de los mares, convirtió el tema en la prioridad de su gestión.
Las opciones, claramente definidas a lo largo de múltiples estudios y exploraciones habidas en el curso del siglo XIX, eran Nicaragua y Panamá. Existía experiencia acumulada; vale la pena mencionar antecedentes como los rotundos fracasos habidos en ambas rutas: el muy conocido de los franceses (1880 a 1897) y el poco conocido intento de los americanos (1890 a 1893), en el cual se utilizaron dragas, residuos del proyecto galo, en el río San Juan.
El 9 de enero de 1902, con base en el amplio estudio y las recomendaciones de la Segunda Comisión Walker, la Cámara de Representantes aprueba la ruta nicaragüense. Fue presentada por William Hepburn y apoyada por el senador John T. Morgan, ambos fanáticos defensores de dicha ruta. Esto, nada menos que mediante una abrumadora mayoría de 309 contra 2. Poco tiempo después, la comisión del Senado reconfirma esta opción mediante una votación de 9 contra 4.
¿Y cómo fue que cambió el asunto? Las opciones eran ampliamente favorables a Nicaragua. Nada se hablaba ya de Panamá, vocablo convertido en Francia en sinónimo de desastre y corrupción. Como veremos, las cosas fueron mucho más complejas y difíciles que lo del cuento de la estampilla del volcán Momotombo humeante…
En primer lugar, Philippe Bunau-Varilla, quien a principios del año 1901 había efectuado un extenso recorrido por las principales ciudades de Estados Unidos divulgando las bondades y superioridad de la ruta istmeña, logra en París, en una acalorada sesión de la Compañía Nueva del Canal, la rebaja del precio de sus haberes en Panamá, inicialmente de 109 a 40 millones, el precio que, en opinión del almirante Walker, favorecería la opción Panamá.
El otro evento que cambió nuestro destino ocurrió el 18 de enero de 1902. Procedamos a detallarlo: desde años antes, el abogado William Nelson Cromwell, contratado como cabildero, hacía esfuerzos para promover la ruta panameña. Cromwell, con fondos de la Compañía del Ferrocarril, hizo una cuantiosa donación política y estableció amistad con el senador Mark Hanna, muy cercano a Roosevelt. El presidente, influenciado por este y basado también en la opinión del reconocido ingeniero George Morrison, destacado miembro de la comisión Walker, logra unánimemente la reversión de la recomendación, ahora en favor de Panamá. ¡La ruta istmeña tiene el apoyo del Ejecutivo!
Los detalles de las sesiones del Senado en junio de 1902 son poco conocidos y merecen una revisión. Se enfrentaron el senador Morgan, sureño, demócrata, defensor de la alternativa nicaragüense, y el senador Hanna, norteño, republicano, defensor de la panameña. Morgan tenía un arma muy poderosa: la aprobación por parte de la Cámara de Representantes. Su presentación fue erudita, mencionando factores geográficos, climáticos y geopolíticos. Enfatizó el fracaso francés, la inestabilidad política de Colombia y restó importancia al asunto de los volcanes, tema ya analizado en el estudio Walker. Incluso mencionó el terremoto ocurrido en Panamá en 1882.
Pero las circunstancias ya habían cambiado en favor de Panamá: el veterano senador Hanna, apoyado por Roosevelt, presentó la alternativa. Fue asesorado por Cromwell, quien había intervenido en la redacción de la propuesta Spooner. Hizo énfasis en las ventajas: los puertos, el ferrocarril, el conocimiento de la ruta y los avances obtenidos por los franceses. Se aludió al desastre del Monte Pelée en Martinica y se presentó un enorme mapa que señalaba los volcanes activos de Centroamérica, ninguno en Panamá.
Las discusiones siguieron por varios días, con apasionadas intervenciones por parte y parte. Se trataba del proyecto más importante de la historia del país. Por supuesto que existían grandes intereses económicos ocultos, como los de Bunau-Varilla y, más aún, los del grupo de inversionistas organizado por Cromwell, como también los de los millonarios que habían invertido en el fracasado proyecto de Nicaragua.
La pintoresca intervención de Bunau-Varilla con la estampilla fue importante, aunque el asunto de los volcanes había sido ya ampliamente discutido. En nuestra opinión, sirvió de excusa para que algunos senadores inicialmente a favor de Nicaragua “se le voltearan” a Morgan.
El 19 de junio de 1902, Panamá ganó estrechamente 42 a 34, con pocas abstenciones. La opción nicaragüense quedó sepultada después de casi 100 años.
Tanto William Nelson Cromwell como Philippe Bunau-Varilla estuvieron presentes y asesoraron a los proponentes de la ruta istmeña. Aquello de que trabajaron cada uno por su lado es un mito absurdo. Una vez más, de no ser por los intereses ocultos de estos personajes: inteligentes, audaces, intrigantes y ambiciosos, el canal probablemente estaría en Nicaragua y Panamá podría haber continuado como departamento de Colombia.
El autor es médico e historiador aficionado.