Tiberio y Gayo Graco – La Prensa Gráfica

Tiberio y Gayo Graco - La Prensa Gráfica

El fin de la república romana no fue inmediato ni accidental; tampoco llegó a causa de una invasión extranjera ni por un cataclismo natural. Fue el resultado de una larga erosión institucional, marcada por la desigualdad, la desconfianza social y una creciente normalización de la violencia política.
Entre los primeros en advertir y tratar de revertir este deterioro estuvieron dos hermanos: Tiberio y Gayo Graco, hijos de la noble Cornelia, hija del gran general Publio Cornelio Escipión “el Africano”, vencedor de Aníbal en Zama. Su padre fue Tiberio Sempronio Graco, célebre tribuno de la plebe, cónsul y militar en las guerras celtíberas. Herederos de una tradición de servicio público, los hermanos Graco recibieron una educación privilegiada a cargo de los mejores pedagogos de su época. Con esa formación y sentido del deber (y como buenos romanos), al alcanzar la mayoría de edad decidieron volcarse a la política.
La historia ha querido ver en ellos a los precursores de lo que hoy algunos catalogan como “populismo” o incluso “socialismo”, aunque tales etiquetas son anacrónicas. Lo cierto es que fueron tribunos comprometidos con el pueblo llano, con aquellos que habían derramado su sangre por Roma en las guerras para luego volver y encontrar sus hogares abandonados y sumidos en la miseria.
Tiberio Graco, veterano de la Tercera Guerra Púnica, vio con sus propios ojos la descomposición social de la república: campesinos sin tierra, latifundios explotados por esclavos y una ciudad abarrotada de desposeídos. Su gran proyecto fue la Lex Sempronia, una ley que obligaba a devolver al Estado las tierras del ager publicus acaparadas ilegalmente por los latifundistas. Estas tierras serían luego distribuidas en lotes indivisibles a campesinos sin propiedad. No tocaba la propiedad privada, pero hería intereses particulares.
El Senado, dominado por los Optimates, reaccionó con furia. Tiberio evitó el Senado y apeló directamente a la Asamblea de la Plebe. Fue vetado. Destituyó al tribuno que lo vetaba. Fue acusado de querer ser rey. Intentó ser reelecto tribuno, pero trágicamente fue asesinado a golpes junto a cientos de sus simpatizantes, en una jornada que marcaría un antes y un después en la política romana.
Su hermano menor, Gayo, asumiría su causa diez años después. Fue un político brillante, elocuente y con una visión de reforma integral del Estado. Propuso la fundación de colonias agrícolas para aliviar la superpoblación de Roma, leyes más humanas para el servicio militar y un sistema estatal de venta de grano a bajo precio que garantizara el alimento a los ciudadanos más pobres. Fue también el primero en dar la espalda al Senado y hablar de cara al pueblo en el Foro, rompiendo con siglos de protocolo.
Pero también él sufriría a manos del orden establecido. Tras la muerte de uno de sus oponentes, el Senado aprobó un decreto de emergencia (senatus consultum ultimum) que autorizaba la ejecución de cualquier “enemigo de la república” sin juicio. Perseguido y sin escapatoria, Gayo optó por una muerte digna: se dejó caer sobre la espada de un sirviente leal.
Así comenzó la lenta agonía de la república romana. La división entre los Populares y los Optimates se volvió irreconciliable. El Senado ya no debatía: se devoraba a sí mismo. El asesinato se convirtió en argumento. El miedo, en método. Y las leyes se moldeaban al servicio de quienes ostentaban el poder.
Los hermanos Graco no eran perfectos, pero tampoco estaban equivocados. Comprendieron que los mismos ciudadanos que habían llevado las águilas romanas hasta Hispania, Grecia y África regresaban a una patria que les daba la espalda, despojados de sustento y oportunidades. Lo que propusieron, en esencia, no fue una revolución, sino una restauración: devolver la res publica (el interés común) a todos. Su causa buscaba restituir al pueblo lo que le correspondía por derecho y por sacrificio.

Fuentes

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